Ni tutelas ni tutías. Creación e implosión del centro
Hace treinta años nacía el Partido Popular. Tardaría unos meses más en convertirse en algo parecido a lo que conocimos después. Entre el 20 y el 22 de enero se celebró en Madrid el IX Congreso de Alianza Popular. Se ventilaba lo que iba a ocurrir luego de la etapa poco brillante de Antonio Hernández Mancha al frente de lo que entonces era Alianza Popular. No se sabía si Fraga volvería a la primera fila. Y había que diseñar una nueva organización que empezara a despejar la tendencia de la derecha española a dispersarse en diversas organizaciones que competían por un mismo espacio electoral. Como es bien sabido, Hernández Mancha dejó paso a Manuel Fraga y los liberales, los democristianos y otros, más o menos independientes, aceptaron integrarse bajo el nuevo nombre de Partido Popular.
Fue el Congreso llamado de la refundación. Creó unas expectativas extraordinarias. Fraga se rodeó de un equipo nuevo –ocho vicepresidencias, una de ellas ocupada por José María Aznar- y así se empezaron a preparar las elecciones europeas que venían a continuación, con Marcelino Oreja al frente. Marcelino Oreja fue crucial para la integración del nuevo Partido en los populares europeos, que no se fiaban de la organización, pero también era una nueva apuesta de Fraga para organizar su propia sucesión. El intento no salió bien, y generó una frustración tan intensa como la euforia del Congreso de la refundación.
Así fue como Aznar fue llamado a Madrid para encabezar la lista de Madrid a las elecciones generales, convocadas por Felipe González después de la derrota del PP. Aznar, de vuelta a Madrid desde Valladolid, se hizo cargo del partido e hizo algo más que salvar los muebles. Evitó la humillación de su partido, evidenció que el PSOE tenía puntos débiles y abrió el camino a una nueva etapa. Fruto de todo aquello fue el Congreso de Sevilla el 31 de marzo y el 1 de abril de 1990, celebrado bajo el slogan “Centrados por la libertad”.
“Libertad” significaba la inspiración liberal del partido, que abandonaba la querencia democristiana o conservadora. “Centrados” recogía la obsesión de Aznar, el nuevo presidente, por alejarse de cualquier imagen que lo identificara con el pasado. Fue este el Congreso en el que Fraga, con aquello de «Ni tutelas ni tutías», rompió la carta de dimisión sin fecha que le había entregado Aznar. Aznar suprimió las famosas ocho vicepresidencias y organizó una estructura de partido con responsabilidades claras y una dirección respetada. También hubo una renovación generacional y quedó señalado el camino hacia una nueva refundación: la del espacio de la derecha. Nadie debía quedar fuera del PP: ni a la derecha, ni entre el PP y el PSOE, lo que incluía lo que quedaba de UCD y el CDS que Suárez había creado como proyecto personal. También ambicionaba entrar en el territorio del PSOE. Es lo que acabó ocurriendo con el tiempo, hasta que en las elecciones de 1996 el Partido Popular derrotó al PSOE.
El PP de estos años, hasta 2008, fue uno de los partidos de centro derecha más importantes de la Unión Europea. De Fraga preservó la herencia popular. Un partido interclasista, implantado en todo el territorio nacional, sin barreras ni exclusivas de género o de edad: un partido parecido a la España de aquellos años. Por otro lado, un partido de centro, capaz de establecer grandes consensos respetando el pluralismo ideológico interno. Y, también, un partido con un liderazgo indiscutido.
El Congreso celebrado en Valencia entre el 20 y el 22 de 2008, con Mariano Rajoy al frente del partido (desde octubre de 2004, por designación de Aznar), introdujo novedades importantes. Rajoy procedió a un recambio de personal con la incorporación de nuevos nombres, como Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores Cospedal. Al tiempo que los perfiles iban adoptando un tono más tecnócrata y neutro, como si Rajoy quisiera recuperar el centro del centro del año 90, el nuevo PP se empezaba a vaciar de contenido ideológico: los liberales y los conservadores parecían, en el nuevo proyecto, lo que los democratacristianos de veinte años antes. El nuevo centrismo no dejó de mostrarse implacable con lo anterior. Quedaban fuera del núcleo dirigente la guardia aznarista, desde Aguirre a Mayor Oreja. Y se abría una nueva etapa de hostilidad entre el nuevo PP, el de Rajoy, y el de Aznar.
La desastrosa gestión de la crisis económica por el PSOE llevó a Rajoy a una nueva mayoría absoluta en 2011, con un congreso celebrado en Sevilla entre el 17 y el 19 de febrero de 2012. No habría otro hasta el de Madrid, justo cinco años después, en 2017. El partido, en este tiempo, se había vaciado: de ideas, de personal y de buena parte del respaldo conseguido en 2012, en particular del apoyo de los jóvenes, que habían apoyado el Partido Popular, en apariencia menos centrado, de Aznar. Tal vez Rajoy pensó que ese era el precio que debía pagar para que su país superar la crisis. En cualquier caso, consiguió las dos cosas. Una recuperación extraordinaria de la economía española, iniciada en 2014, y la pérdida de atractivo de un partido incapaz de articular una propuesta atractiva, lo que contribuyó a la fragmentación de la representación política.
Lo primero no compensó del todo lo segundo, aunque evitó que el PP perdiera las elecciones de 2016. Rajoy logró sobrevivirse a sí mismo, pero no a terminar la legislatura, como le habría gustado. Con él se fue el presidente más indescifrable de la democracia española. Y llegó una etapa nueva, más próxima en algunas cosas al año 90 que a otros posteriores. La historia, en cualquier caso, no se repite.
La Razón, 14-01-19