Nostalgia socialista
La celebración de la llegada de los socialistas al gobierno, en 1982, ha dado la oportunidad de la comparar aquel socialismo de hace cuarenta años, liderado por Felipe González y el actual de Pedro Sánchez. Se ha expresado así, con intensidad y amplitud, la nostalgia de aquel partido socialista civilizado y dialogante. Y se subraya el contraste con el actual, tan abrasivo y tan poco proclive al diálogo, excepto con aquellos que quieren acabar con la Constitución y con la nación española. Sin duda el actual Partido Socialista no sale bien parado de la comparación. Conviene recordar, sin embargo, que el PSOE de González fue socialdemócrata… mientras no tuvo oposición. En cuanto Aznar consolidó una alternativa de derecha al PSOE, se acabó la socialdemocracia y salió a relucir el dóberman guerracivilista. Como es lógico, tampoco entonces los socialistas tenían una idea clara de nación, a menos que se acepte identificar la política nacional con la promoción y la implantación territorial del partido, socialista se entiende. Podríamos seguir, pero con solo estos apuntes debería ser bastante para empezar a entender que entre el socialismo de 1982 y el de 2022 hay, además de serias diferencias, continuidades importantes: entre otras muchas cosas, ninguno de los dos admite la legitimidad de la derecha para gobernar España.
La nostalgia del viejo socialismo también resulta injusta por no tener en cuenta el momento histórico. Entonces, en los ochenta del siglo pasado, todavía no había caducado del todo la modernidad y González y su partido pudieron ejercer con soltura el papel de modernizadores de la España salida hacía pocos años de la dictadura. Hoy Sánchez se mueve en un mundo postmoderno, obsesionado por el pasado y por la identidad, infinitamente más ideologizado por tanto, y también más radicalmente politizado que aquel. Un solo ejemplo. El nuevo feminismo mantiene una ofensiva para abolir el sexo, femenino o masculino, como realidad social. Entramos en el mundo de la indeterminación de género y la autodeterminación de la identidad. Cunde, en consecuencia, el elogio del antiguo feminismo como el de un movimiento puramente emancipador. Pocos se acuerdan del sectarismo rabioso del feminismo clásico, no menor que el del actual feminismo woke. La nostalgia no suele ser buena consejera.
La Razón, 31-10-22