¿Nuevo bipartidismo?
Estaba cantado que Pedro Sánchez formaría un gobierno escorado a la izquierda para dar la batalla a Podemos y recompensar algunos de los apoyos que obtuvo en la moción de censura. No ha sido así. El nuevo gobierno socialista se caracteriza por otro talante -llamémosle de esta forma en recuerdo de Rodríguez Zapatero, al que se encarga de evocar la figura de Carmen Calvo, vicepresidenta única y encargada de promover la igualdad entre españoles. Hay para todos los gustos: pro nacionalistas –ligeramente- y anti nacionalistas –del todo-, mucho feminismo, progresismo de matiz un poco conservador, europeísmo ferviente, realismo y continuidad, y de fondo socialismo clásico, del que sobrevive en Andalucía.
El giro parece partir de una constatación. Y es que los presupuestos de la izquierda no sirven ya para gobernar o, dicho de otro modo, que la izquierda, al menos la izquierda clásica, no gana elecciones. Hay que situarse en otro terreno, que para el PSOE implica recuperar el centro izquierda, con fuerte insistencia en lo de centro.
Así es como Sánchez ha plantado cara a Podemos, asumiendo todo lo que en el programa de este hay de estrictamente simbólico y vaciándolo de su retórica entre populista y neomarxista. Parecido es el avance conseguido sobre Ciudadanos, al que le ha arrebatado el marchamo juvenil. La nueva generación, la de los regeneracionistas, ya está en el poder. Ciudadanos pierde una de sus banderas, tal vez la más importante, como era su juventud. Se acabó aquello de servir de alternativa a “rojos y azules”.
La competencia es ya entre iguales y lo que toca ahora es construir una alternativa, que forzosamente será de centro derecha. De hecho, el espacio de centro se ha ampliado de pronto, al disponerse a gobernar Pedro Sánchez con un presupuesto que su partido había rechazado. Si los socialistas pueden gobernar con un presupuesto pactado y promovido por el Partido Popular y Ciudadanos, se deduce que la distancia entre izquierda y derecha no es insalvable. Y si los nuevos socialistas son capaces de volver a ocupar buena parte del centro izquierda, lo mismo habrá de ocurrir en el otro lado, a menos que se quiera entrar en una situación bloqueada, con el voto disperso entre dos o más partidos.
La posición inventada por Pedro Sánchez podría abocar por tanto a una reedición del bipartidismo, tan denostado por los mismos que ahora están llamados a gobernar o a conformar alternativas de gobierno. Y por si fuera poco con esto, en la nueva situación vuelve a primar el centro, no los extremos. El recurso a todos los radicalismos, de populistas a independentistas, pasando por los pro etarras, ha llevado al socialismo a instalarse en la zona templada.
Sólo eso sugiere las dificultades de la situación y las que afronta el surgimiento de un nuevo bipartidismo. El movimiento de Sánchez es un experimento en macronismo sin lo que Macron ha conseguido en Francia. Macron tiene mayoría absoluta en el Parlamento y Sánchez no está a la cabeza ni siquiera de la minoría más votada. Macron se ha dotado de una nueva organización y ha devastado los partidos tradicionales, en particular el socialismo. Sánchez, en cambio, está al frente de un Partido Socialista en el que conviven posiciones no siempre fáciles de compatibilizar. Y Macron parte también –y es la base de su fuerza- de una muy fuerte conciencia de unidad nacional. Sánchez, en cambio, va a depender de los nacionalistas y de los secesionistas como pocas veces había ocurrido en democracia.
También hay dificultades, y no menores, del otro lado del espectro político, con los otros dos partidos perjudicados por el cambio de escenario. A la hora de reconstruir la alternativa necesaria, Ciudadanos tendrá, seguramente, que establecer una línea nueva, y propia. No bastará ya con los posicionamientos tácticos, tan rentables hasta ahora, ni con la apelación a la cuestión catalana, por mucho que esta vaya a determinar la suerte del gobierno de Sánchez.
Por su parte, el Partido Popular se enfrenta a una renovación de los cuadros, las ideas y la forma de hacer política. Aquí el problema es en buena medida de orden generacional. Los cambios en el PP serán positivos si consiguen volver a atraer al menos a una parte del electorado joven (es decir, menor de cuarenta y tantos años, lo que es mucho) que por el momento ni siquiera se plantea votar a los populares. La aspiración a liderar un nuevo bipartidismo, como el que el experimento Sánchez parece llamar, requerirá por tanto de una renovación profunda. Muy lógica, por otra parte. Habría que ver lo que queda de la lozanía de los nuevos rostros después de siete años de gobierno y habiendo mediado una crisis económica, política e institucional como la que ha padecido nuestro país.
La Razón, 10-06-18