Occidente y sus refugiados
Los problemas con la inmigración ilegal y los refugiados se multiplican por toda la Unión Europea. Los hay en España, que se distingue por la buena gestión del asunto, en Grecia, Italia, Francia, Gran Bretaña… y también en Austria, donde el campo gubernamental de Traiskirchen, a veinte kilómetros de Viena y con capacidad para unas 2.300 personas, alberga a día de hoy a algo más de 4.500. Una situación que el canciller austríaco Werner Faymann ha considerado “intolerable”.
Los problemas, y la crudeza de muchas de las imágenes, mueven con facilidad a la indignación. Consideramos que la Unión Europea está basada en principios, como la dignidad del ser humano, que deberían llevar a otras respuestas ante situaciones como estas. Es verdad, pero también lo es que la Unión Europea, tal como la conocemos, renunció desde su fundación a proclamar y defender esos principios más allá de sus propias fronteras. Hablamos de Occidente, pero Occidente era un proyecto específico, católico en cuanto a su dimensión universal, que llevaba a los “occidentales” a vivir su propia cultura desde la universalidad de sus principios.
Las democracias consolidadas después de la Segunda Guerra, y sobre todo después de los años setenta, son menos ambiciosas. Salvo franceses y británicos, y eso de forma coyuntural y con dificultades cada vez mayores por falta de presupuesto, pocos europeos se sienten con fuerzas para comprometerse en la democratización y la pacificación de otras zonas del mundo. Como seguimos siendo muy ricos, quienes padecen conflictos, a veces terribles, fuera de nuestras fronteras tienden a buscar refugio en una región que es un paraíso y sigue siendo un ejemplo, por mucho que haya renunciado a sacar las consecuencias que se derivan de esta situación de privilegio.
Quienes más indignación manifiestan ante hechos como el del Eurotúnel o el campamento de Traiskirchen son precisamente aquellos que rechazan de plano cualquier intervención –no digamos ya una intervención preventiva- fuera de la Unión. Eso sería algo parecido al imperialismo. Así que la situación de los refugiados y la inmigración ilegal se convierte en un instrumento para desacreditar a las democracias de la Unión justamente por hacer aquello que preconizan quienes hacen todo lo posible por desacreditarlas.
La restauración de la idea de Occidente, o la creación de alguna otra de pretensiones similares, están descartadas. Los europeos, efectivamente, no son responsables de todos los que llegan aquí en busca de refugio. Y sin embargo, lo que vienen buscando los refugiados es lo que queda de todo aquello.
La Razón, 04-08-15