Personaje del año
La elección de Donald Trump para “personaje del año” por la revista Time se impone como una evidencia. Nadie como Trump ha cambiado las convenciones, las reglas de juego y la historia política de su país. Tampoco es de extrañar que la revista subraye su lado menos amable, al afirmar que es el presidente de los Estados “divididos” de América.
Trump, efectivamente, ha acabado con lo que parecía imponerse de por sí, como era la creación ya en marcha de una nueva Norteamérica fundada en las minorías y las políticas de identidad, algo que una parte considerable de los electores ha vivido –por mucho que sus promotores sean incapaces de entenderlo- como una agresión. También propone otra forma de entender la globalización en los países desarrollados, más atenta a los que se consideran excluidos, y una política exterior centrada en los intereses nacionales.
Trump significa por tanto la ruptura con una izquierda que, allí como aquí, es incapaz de encontrar un mensaje de unidad y de optimismo. También rompe con un republicanismo doctrinario, empeñado en dogmas como la defensa del Estado mínimo y el mercado sin fronteras. Lo ha hecho a costa de una arremetida inédita contra las convenciones de la cultura política contemporánea. Si consigue articular políticamente las aspiraciones de quienes le han respaldado, reagrupa al republicanismo y resiste lo que se le viene encima por parte de los derrotados en las elecciones, será el personaje de la década. Y si no, también.
La Razón, 08-12-16