Pobres niños super ricos
La picaresca se suele considerar un género propiamente español y aunque es cierto que lo inventamos aquí, también es verdad que el problema que planteaba, el del “amparo de pobres” –es decir, qué hacer con la gente que no trabajaba- es un asunto europeo, que se debate en todas las sociedades occidentales de la época. También se suele relacionar la picaresca con la pobreza, pero sería mejor relacionarla con la prosperidad que había traído el capitalismo incipiente. Por primera vez había personas que podían vivir sin trabajar, que es a lo que el pícaro aspira aquí, en Ámsterdam, en Shanghái o en Santiago de Chile.
También en Alcobendas o donde sea que viva este último ejemplo de picaresca, género proclive al discurso moralista, que es el compañero (¿politólogo?) Ramón Espinar. Más aún que los antiguos pícaros, estos son hijos de una sociedad opulenta, tanto que ellos mismos han perdido el sentido de lo que quiere decir no tener dinero. En realidad, no saben lo que el dinero significa.
Es evidente que Espinar no ha tenido que ganarse nunca la vida. Responde a ese modelo de “nuevo pobre”, tan característico de las sociedades europeas. El “nuevo pobre” lo tiene todo asegurado desde el primer momento: sanidad, educación, transporte, ocio, viajes y estancias internacionales… Y todo prácticamente gratis. Espinar, sus compañeros y los jóvenes que representan son, desde este punto de vista, ricos, ricos hasta la náusea. Son, de hecho, tan conscientes de serlo que creen que lo que no tienen se les ha quitado: que se lo debemos.
La pregunta, claro está, es por qué personas que gozan de una situación tan privilegiada, inédita en la historia, tienen como única aspiración acabar con la sociedad que les ha proporcionado tal grado de bienestar. Está el veneno que ha ido destilando desde hace muchos años el progresismo institucional, generalizado, sin contrapesos. Está la falta de identificación con una comunidad más amplia que la que forma el grupo propio. Está la crisis, tal vez, y una situación que obligará a pensar de nuevo el estatuto vital de estos pobres niños super ricos…
El caso es que estos pícaros han decidido proponerse a sí mismos como modelo de comportamiento. No les basta con vivir a costa de los demás. Quieren ser un ejemplo de cómo se consigue la hazaña. El ejercicio de la política sirve para enseñar cómo se pone el sistema al servicio de uno mismo. Al menos, los pícaros antiguos no tenían buena conciencia y no se hacían ilusiones sobre su condición de parásitos.
La Razón, 04-11-16