Poesía y prosa
Ante todo, el nacionalismo es literatura. Se nutre de emociones, genera metáforas sonoras (“la colina inspirada”, “la España invertebrada”) e invoca como si fueran principios políticos realidades naturales (la tierra, la sangre, los muertos). No es casual que el nacionalismo moderno se inventara justo cuando se inventó el subconsciente. El nacionalismo bucea en el inconsciente de los pueblos, mucho más allá de esa somera piel que es la racionalidad, y los nacionalistas sacan de ahí nuestras pulsiones más recónditas pero más intensas, sofocadas en la vida diaria. El nacionalismo es poesía pura y como tal ha prestado su aliento a grandes escritores, desde Barrès a Unamuno, de Ortega a Céline.
Por eso al nacionalismo no se le puede plantar cara con las mismas armas. En cuestión de intensidad literaria y de belleza evocadora, ganará siempre. En referencias históricas, resulta imbatible. Si no existen, las inventa y en pleno entusiasmo poético, proclamará que lo que debió ser es infinitamente más relevante que lo que fue.
Al nacionalismo se le combate con la prosa, la frialdad, la sensatez y, como recurso definitivo, cuando ya los nacionalistas se tiran por el despeñadero de la paranoia y el nihilismo, como está ocurriendo en Cataluña, con el recurso a la ley, al BOE.
La política de Rajoy ante el secesionismo se explica por la conciencia de que en este asunto, que debería ser el que más consenso suscitara de todos, la política española no ha sido capaz de elaborar un acuerdo sólido. Sobre la cuestión nacional pesan prejuicios de tal categoría, venidos de tan lejos y cultivados con tanto mimo, que cualquier gesto, cualquier expresión puede acabar con él. Por eso se diría que el trabajo de Rajoy y su gobierno ha sido como el de los destacamentos de desminado, tarea peligrosa y sacrificada sin la cual son imposibles las operaciones posteriores, las que llegaron el 20 de septiembre.
Esa política también parece corresponder a la personalidad de Rajoy, alérgica a la retórica, la hipérbole, el histrionismo. Al bombardeo metafórico y emocional del nacionalismo, Rajoy ofrece –ni siquiera opone- la superficie impenetrable de un carácter templado. Y de vez en cuando asoma un amago de sonrisa mal dibujada que es al nacionalismo lo que Ortega decía que la metáfora es a la realidad: la bomba atómica.
La Razón, 22-09-17