Políticos, elitismo y libertad de expresión
Cayetana Álvarez de Toledo, figura de proa de la renovación del Partido Popular, se ha manifestado en una entrevista a Onda Cero contra las elites que toman la democracia por algo hecho, como si de una oposición a funcionario se tratara, y dejan de actuar como si esa misma democracia no fuera algo siempre por hacer. Es una excelente reflexión, deducida en parte de una concepción activista de la acción política, siempre en movimiento y en lucha contra aquello que contradice lo que manifiestamente se deduce de los dictados de la razón.
De la misma disposición al activismo de inspiración racionalista se derivan, probablemente, las reflexiones que también hizo Álvarez de Toledo acerca de una cadena de televisión que trabaja, según indicó, por la erosión de los valores de la democracia española, con el agravante de sacar beneficio económico de una actitud tan lamentable.
Cada cual tiene derecho a opinar sobre cualquiera de los asuntos que conforman la vida pública. Aun así, sería recomendable que los políticos se abstuvieran de comentar la línea de los medios de comunicación, es decir de cualquier medio de comunicación. Un político no es un ciudadano más, ni sus declaraciones son inocuas como las de cualquier otro sin poder ni capacidad de influencia. Una valoración como esta insinúa una advertencia que o bien nadie se toma en serio –con lo que quien la emite queda en ridículo- o bien, de ser tenida en cuenta, supone una voluntad de intervención, presente o futura.
Un político que hace este tipo de declaraciones deja entrever también un cierto desdén por las formas en las que se crea la opinión pública y cómo en esta se manifiestan tendencias muy profundas, articuladas de modo diferente a cómo las elites intelectuales y políticas las imaginan. El partido que Cayetana Álvarez de Toledo aspira, con razón, a reformar, tuvo en su haber siempre, ya desde su fundación, la escucha de esas tendencias. No por nada se llama “popular”. Es un término escurridizo como pocos en política, pero no siempre quiere decir populismo. A veces incluso quiere decir, como en su tiempo en el PP, atención a las preocupaciones de los españoles en su conjunto, sin obsesión, ni menos aún exclusivismo, por las elites intelectuales y periodísticas. No parece que el mejor remedio al elitismo funcionarial y tecnocrático sea el elitismo político intelectual de ribetes más republicanos y jacobinos que ilustrados. Menos aún, la sugerencia de restricciones en la libertad de información y opinión.
La Razón, 02-03-20