Qué hacer
Después de dos años de parálisis entre el 2016 y el 2018, el impulso regenerativo y ejemplarizante nos ha llevado a una situación en la que un gobierno sin apoyos parlamentarios finge gobernar. Mientras tanto, su principal aliado, los populistas de Podemos, continúa tejiendo en su nombre y con su aquiescencia las bases de un futuro Tripartito en el Palacio de la Moncloa. Es a lo que vamos, y ni las salidas de tono de los separatistas ni las sobreactuaciones profesorales de Pablo Iglesias, y menos que nada la apariencia cool y relajada de Pedro Sánchez deben hacerlo olvidar. Para eso pusieron los separatistas y los populistas a Sánchez en el gobierno aprovechando la debilidad tecnocrática de Rajoy y el regeneracionismo militante de Rivera. Y si mantienen a Sánchez, será para que sea este quien asuma el coste de un cambio estructural en la política y la sociedad española. El eje fundamental de este cambio es ideológico y va encaminado, como lo estuvo la moción de censura, a evitar que PP vuelva nunca al poder.
El proyecto es absurdo y acabará mal. Actualiza una vez más el intento con el que la izquierda española intenta satisfacer sus fantasías, como pasó en 1868, en 1873 y en 1931. Y tendrá un coste menos gravoso que el de esos ensayos, pero que en cualquier caso no saldrá barato, ni en términos económicos (empobrecimiento y paro), sociales (entre los que peor lo pasarán están algunos votantes recalcitrantes de izquierda, jóvenes y parados) y finalmente políticos e institucionales, estos con consecuencias imprevisibles.
Este es el panorama al que nos enfrentamos. Más en particular, el panorama al que se enfrentan las fuerzas y los partidos políticos que no comparten esas obsesiones ni esas fantasías ideológicas. Responsabilidad suya será trazar una estrategia que optimice los recursos con los que cuentan, en vez de hacerse la guerra en nombre de una regeneración que ya ha cumplido su función o de la apelación a una España “viva”, que es como un 15-M travestido de nacionalismo español.
La Razón, 23-10-18