Renovación y continuidad
En los últimos tres meses se han creado 469.900 empleos. Es una cifra nunca vista, que da la medida de los resultados obtenidos gracias a la reforma del mercado de trabajo del gobierno anterior. La cifra pulveriza cualquier retórica de esas a las que tan aficionados son los gobiernos, cuando hablan de la desastrosa situación en la que habían encontrado el país, el mundo, el universo e incluso, como dice un famoso personaje de ópera, “algunos otros sitios”. El otro gran frente político de estos años ha sido el de la independencia de Cataluña, y aunque aquí los resultados no han sido tan brillantes, sí que queda como legado un “procés” en descomposición y el recuerdo del consenso para la aplicación del 155, uno de esos casos raros en los que las fuerzas políticas de nuestro país hacen política de Estado.
Son dos de los elementos del legado de Rajoy. La renovación en el Partido Popular no está entre ellos, pero tampoco está ausente del todo. Los apoyos de María Dolores de Cospedal, que formaba parte de aquella renovación frustrada emprendida bajo el presidente anterior, ya han sido integrados por Pablo Casado y su equipo. Queda lo que parece el núcleo irreductible, en torno a la antigua vicepresidenta.
La renovación mediante primarias se presta a enfocar la renovación como una liquidación de lo que quedó atrás. No ha quedado atrás del todo, sin embargo, ni todos los que formaban parte de aquello son elementos desdeñables. La nueva cúpula del PP aporta experiencia, un conocimiento profundo de la organización y además, un nuevo estilo, que es una de las claves de todo. Era imprescindible mostrar el lado humano, próximo, atento, de la política. En muy poco tiempo, el PP ha empezar a resultar interesante e incluso atractivo. Será más creíble si es capaz de dejar de lado las revanchas y las tentaciones de depuración e incorporar con generosidad a algunos de los que estuvieron en primera línea los años previos, tan duros. Uno de los eslóganes más escuchado cuando la renovación del PP, después de Fraga, era “sumar”.
La Razón, 27-07-18