Republicanismo
En España, solemos relacionar el republicanismo con la valoración que hacen las encuestas de la conducta del Rey. Resulta lógico en un mundo tan mediatizado como el nuestro, pero también es un poco frívolo para entender un país que desde Don Pelayo, por no hablar de los visigodos, ha conocido 1.291 años de Monarquía frente a 7 (siete) de República. Se convendrá que el tiempo puede llegar a formar algún hábito.
Otra forma de entender la República es al modo revolucionario, como una alternativa a la realidad capitalista y sobre todo liberal, que en España siempre ha ido asociada a la Corona. Mucho más que un cambio de régimen, la República es el signo de la utopía venidera, el fin de la Historia en la apoteosis anarco-comunista. Por eso en España no hay republicanos conservadores (perdimos la oportunidad en la Segunda República), ni a la República se adhieren más que un grupo de… visionarios.
Visionarios, pero no bobos. Hay un nuevo republicanismo que no define ya al ciudadano por el derecho de participar en la cosa pública. Lo define el deber de quejarse. El ciudadano es titular de todos los derechos, incluidos los que ahora mismo ni siquiera imaginamos, y está en la obligación de pedir al Estado, es decir a los demás, que se los satisfagan. Si no, amenaza con romper con quien no respeta el pacto que el tal ciudadano, entidad soberana donde las haya, se ha dignado firmar con los demás.
Entre los principales derechos de este ciudadano regenerado está el de la intimidad. El antiguo republicanismo requería del ciudadano, so pena de ser llamado “idiotes” –de donde parece venir la palabra “idiota”-, que se comprometiera con el bien público: impuestos, defensa, participación en la toma de decisiones. El republicanismo de los modernos exige que se le respete su cuota, cada vez mayor en sociedades opulentas como las nuestras, de “privacidad”. Su vida es su vida, en particular después de las horas que echa en el trabajo.
Sobre este republicanismo propio de las sociedades avanzadas, se superpone otro, más específicamente español. Consiste en comprender la República como la fiesta perpetua, el fin de la Historia… por diversión. La “vida en república”, que se decía antes. Hasta qué punto estos republicanismos son una amenaza para la Corona, el tiempo lo dirá. En comparación, el Rey parece un modelo de republicanismo, del clásico.
La Razón, 22-11-16