Respuestas. El PSOE y la Fiesta nacional
La fiesta nacional es un día para celebrar la alegría de vivir juntos. Tiene un sentido político profundo, que consiste en recordar y actualizar lo que hace posible la convivencia. A cambio, no tiene un sentido partidista, o político en el sentido en el que cada día utilizamos el término. España se manifiesta aquí del modo más abstracto, más general, que es también el más emocionante: el despliegue majestuoso de los símbolos nacionales, el recuerdo de los caídos por la patria –por todos-, la presencia del ejército, compuesto de hombres y mujeres dispuestos a dar la vida por ella, y por fin el Rey, es decir, la Corona, que representa al mismo tiempo el Estado y el país, en su unidad y su pluralidad.
La presencia del Gobierno es de gran importancia, como es natural, pero estamos en una de esas ocasiones en el que su sensatez, y su grandeza, se mide por su capacidad para ceder el paso a lo que cuenta ese día, que es la presencia de la sociedad española articulada en comunidad política nacional. Resulta ejemplar, en este aspecto, que la ministra de Defensa entone con la tropa el himno de la Legión como ocurrió ayer. (No tanto el lapsus de Sánchez.)
Claro que el gesto de la ministra no puede disimular el hecho de que el gobierno lo es gracias a los votos de nacionalistas, secesionistas y un partido cuyos líderes no asisten a los actos de celebración de la fiesta nacional porque no aceptan ni la Monarquía, ni la idea de España, ni, menos aún las Fuerzas Armadas. Un gobierno como el de Pedro Sánchez está situado sin remedio en una posición falsa. Y nada puede esconderlo, ni siquiera El novio de la muerte.
Hay más. Pedro Sánchez llegó al poder con el fin declarado de expulsar al PP. Es legítimo, se dirá, y es cierto. Otra cosa es que eso se convierta en el centro de la acción política y que el argumento último del argumento sea siempre el mismo: escenificar la oposición inquebrantable (“no es no”, recuérdese) no ya al Partido Popular, sino a todo lo que este, y Ciudadanos, representan. La actitud quedó muy bien escenificada en la comparecencia de la ministra de Justicia ante la comisión correspondiente del Congreso, cuando el tono obsequioso con los aliados pro etarras, secesionistas y populistas dejaba paso al gesto arisco e insultante frente al PP y de C´s.
La debilidad de fondo y esta concepción de la democracia como un régimen de confrontación, sin negociación ni convivencia posible porque no existe un bien común compartido, requiere un esfuerzo permanente de ideologización, incluido de aquello que no es político, en un proyecto de deconstrucción o de denuncia y al mismo tiempo, de propaganda. Todo queda por tanto teñido de partidismo, incluso aquello que por naturaleza le es ajeno. No hay de qué sorprenderse cuando esa actitud de activismo permanente, tan característica del gobierno de Sánchez, produce una reacción como la que se manifestó ayer al principio y al final del desfile del Paseo de la Castellana.
Es cierto que no deberían producirse exabruptos como esos en el día de la Fiesta Nacional, cuando celebramos la convivencia de todos. También lo es que el gobierno de Pedro Sánchez, como el de Rodríguez Zapatero pero a una escala inédita por la naturaleza de sus apoyos, ha hecho todo lo que está en su mano para provocar esas reacciones. La lógica del progresismo español, que le lleva a considerarse el único titular de la legitimidad democrática, e incluso moral, está fuera de lugar, aunque Pedro Sánchez y sus aliados antiespañoles y antimonárquicos, no lo hayan comprendido.
La Razón, 13-10-18