El voto de la oposición
La semana pasada, se habría dicho que la tempestad política levantada por la “operación Lezo” iba a dar por tierra con el Partido Popular madrileño y poner en serio riesgo la credibilidad del gobierno. Pocos días después, nos encontramos con que, según la encuesta publicada ayer en estas páginas, no ha habido deterioro. De celebrarse ahora las elecciones municipales, el PP vería… aumentada su representación en el Ayuntamiento en un escaño, mientras que caerían, al menos en votos, todos los demás partidos. Habrá quien discuta estos datos, como es natural, pero reflejan una realidad que no se le escapa a nadie, y es la resistencia –ahora se dice la resiliencia, quizás porque parece un término menos político- del Partido Popular ante adversidades tan espectaculares como las recientes.
Entre los motivos del fiasco está el hecho de que la oposición carece de un proyecto político. No lo tiene el PSOE, que no puede poner por ejemplo la situación andaluza ni la gestión de los ayuntamientos del cambio, en particular el de Madrid, que es una acumulación de medidas propagandísticas sin rumbo. Así, con esa mezquindad, esa ramplonería y ese provincianismo de ultra izquierda, no se gobierna la tercera ciudad más importante de Europa.
Es el reflejo local de la idea que los podemitas se hacen de lo que es la política: no una propuesta racional destinada a formar una coalición social mayoritaria, sino una forma de protesta permanente que adelanta algo que nadie, ni ellos mismos, sabe lo que es. Que el PSOE se sienta en la obligación de tomarse en serio tanta adolescencia, y tan granujienta, explica su estancamiento.
En cuanto a Ciudadanos, el problema viene de su fijación en la corrupción como motivo único. La corrupción es una realidad muy grave que ha contribuido a deslegitimar los grandes partidos y la propia acción política. No es, ni puede ser, el eje sobre el que gire todo lo demás. Los electores no votan sólo para manifestar su escándalo ni para echar a quien manda. Y mientras el Partido Popular es el único que presenta con un proyecto consistente, avalado además por una ejecutoria comprobable cada día, del otro lado no existen alternativas serias. Al revés, lo que se suscita por ahí es inseguridad y por tanto, recelo y desconfianza.
La Razón, 02-05-17