Vuelta al reformismo
Como era de esperar después de la sublevación nacionalista en Cataluña y justo antes de unas nuevas elecciones en esa misma Comunidad Autónoma, toda la atención se centra en las posibles vías para la resolución del conflicto. (No es políticamente correcto hablar de victorias y derrotas, y está bien que sea así, aunque no se debería olvidar qué es lo que ha salido perdiendo de todo este episodio.) Se abre por tanto una nueva etapa centrada en las reformas encaminadas a solventar lo ocurrido.
Sea lo que sea que pensemos de un horizonte político así planteado, es innegable que se abre una etapa larga en la que habrá que intentar conciliar elementos muy dispares, como son las heridas abiertas en Cataluña y la escasa disposición, por parte de la opinión en el resto de España, a introducir cambios que puedan ser vistos como un premio a los sublevados. Ahora bien, esta dificultad abre otra oportunidad, que es la de continuar la senda reformista iniciada en plena crisis por el gobierno socialista y luego, de forma más coherente, por el del Partido Popular.
Fruto de estas políticas es la actual situación de nuestro país. Estamos creciendo al 3% y toda la tasa de crecimiento se traduce en crecimiento de empleo, algo inédito en nuestra historia económica. La tasa de paro ha disminuido en casi 11 puntos desde sus niveles más altos. Los hogares y las empresas, ha apuntado Rafael Doménech, han reducido sus niveles de deuda, incluso por debajo del promedio de la eurozona. Se ha recuperado un 68% de la afiliación a la Seguridad Social perdida durante la crisis, y España se ha convertido en un país exportador, con superávit en la balanza de pagos con el exterior.
Las reformas se detuvieron con las elecciones de 2015. Las paralizó, paradójicamente, la irrupción de los agentes de la nueva política. La revolución regeneracionista ha quedado atrás, y ahora se esbozan nuevas alianzas, con Ciudadanos en el centro, que permitirán, volver a priorizar otras reformas, las de fondo: mayor productividad, más flexibilidad, más facilidades, nuevas infraestructuras, enseñanza más moderna y de mayor calidad, más investigación, mejor capacidad de inversión, mayor estabilidad institucional… Sin contar con que todo lo que se haga por este lado repercutirá favorablemente en el encauzamiento del problema del nacionalismo catalán.
La Razón, 16-11-17