“Franco y Azaña despreciaban a los políticos”. Conversación con Emilia Landaluce
El Mundo, 27-04-24
En menudo lío se ha metido con La velada del Pardo: un encuentro ficticio entre Francisco Franco y Manuel Azaña.
De lo que se trataba era de dar una visión en la que el lector pudiera comprender los argumentos de uno y de otro, y también cómo podrían haber debatido. Por eso la velada es un diálogo. Eso ahora es polémico por las circunstancias tan guerracivilistas, tan tensas en las que estamos. Pero en sí, no es un tema particularmente polémico.
Franco era el general al que más respetaba Azaña.
Consideraba que era el único temible, porque era una personalidad muy particular. Respeta su inteligencia, su profesionalidad, su capacidad de organización. Y creo que, según las cartas que incluyo en el libro, parece que intenta atraérselo. Ese respeto también se ve en las memorias. Es decir, que Azaña comprende que Franco es un personaje excepcional. Intenta gestionar su incorporación a la República, pero comete al mismo tiempo otros errores que hacen imposible el asunto, como fue la revisión de ascensos por méritos de guerra.
Su libro es una perfecta disección de los dos personajes.
Azaña era más complicado de lo que parece. No era un republicano sencillo ni, por supuesto, un demócrata sencillo. Tampoco era, ni mucho menos, un liberal. Tenía un trasfondo ideológico que compartía con Franco, que son todas las enseñanzas del nacionalismo francés. Los dos se nutrían de un pensamiento francés muy particular, poco liberal y poco republicano. Luego, Azaña deriva hacia un sitio y Franco, hacia otro. Para los dos, el liberalismo fracasa a finales del siglo XIX, con el desastre del 98, pero uno lo resuelve con la República y el otro, con la dictadura. Lo que les une es una visión muy crítica del liberalismo y de la España liberal y constitucional.
Sorprendente.
El primer Azaña está muy obsesionado con los textos de los nacionalistas franceses, a los que también leyeron Ortega, Azorín… Esos autores planteaban una visión muy nacionalista: la sangre, la raza, la tierra… Y, en Azaña, ese fondo siempre estuvo, y volvería en sus últimos discursos, cuando habla de la paz, piedad y perdón. Azaña es muy complicado y para entenderlo conviene tener estas claves, que son las que lo ponen en contacto, en cierto sentido, con Franco. (…)
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