Lope y el amor
Lope de Vega es el poeta por excelencia del amor. Nadie ha cantado mejor el amor, y nadie lo ha hecho tanto. Él mismo, que lo sabía, estaba orgulloso de las múltiples definiciones que había imaginado. Definición es la clave, porque el amor, para los contemporáneos de Lope, y muy en particular para él, requiere argumentos y razones. Los enamorados de Lope tienen que saber por qué se han enamorado y han de argumentar sus preferencias. Por esos son poetas, porque el amor les lleva a explicarse a sí mismos sus motivos.
Bien es verdad que esa búsqueda de naturaleza filosófica es también instrumento de seducción. Y es que el amor no se concibe si no es en movimiento, hacia alguien. Por eso toda la obra de Lope, incluso los poemas más concentrados –y no digamos ya las definiciones del amor- comportan un núcleo dramático y establecen alguna forma de diálogo. El teatro prolonga la poesía y la actualiza. Y así como no hay poesía sin amor, sin amor tampoco podrá haber teatro. Es Amor el que mueve el mundo y Lope el encargado de cartografiarlo sin tregua. Lope, que se divierte disfrazándose, inventará un personaje llamado Belardo que le servirá para retratarse como enamorado y para analizar la naturaleza del amor.
No hay registro ni fórmula amorosa que quede sin tocar. Al principio de su carrera, Lope retrata amores adolescentes, narcisistas, ajenos a cualquier preocupación que no sea la satisfacción del deseo. Con el mismo impulso salen de su imaginación los guapos caballeros moros de los romances moriscos, ataviados con todo el esplendor imaginable. Vendrán luego los pastores, que se interrogan sin fin acerca del amor y descubren los estragos que Amor inflige a aquellos con quienes se entretiene: son los celos, la cara oscura y necesaria del amor, porque si Amor es deseo de posesión, ese impulso jamás se va a dar por satisfecho.
Esto no impide la máxima idealización del amor, en la línea del más exigente platonismo. Amor, nutrido por la belleza, descubre en el ser amado la pura armonía del mundo, la verdad última de todas las cosas. Estamos aquí en un registro metafísico, que dará pie a algunos de los poemas más intelectuales que escribió nunca y de los que más orgulloso estaba. Pero como Lope es un realista, sabe que los amantes no se satisfacen con eso. Al contrario, lo que buscan es el más intenso placer que puede conocer el ser humano. Aquí la poesía de Lope recrea la pura sensualidad y la perpetua metamorfosis del deseo: la otra verdad del orden cósmico, que nos pone a su servicio mediante el señuelo de la belleza.
Lope, que es romántico porque cree en la promesa de felicidad del amor y se complace en la sentimentalidad lacrimosa (las lágrimas son la destilación del espíritu enamorado), no lo es nunca tanto como cuando se debate entre estos dos órdenes contradictorios. Retratará esta contradicción en el Don Bela de La Dorotea, pero no será esa la única contradicción que comporte el amor. Lope es también el poeta y el dramaturgo del amor familiar, de Himeneo –el amor conyugal hecho de paciencia y generosidad- y alcanza prodigios de naturalidad y de humanidad al evocar a los niños. Y sin embargo, en Himeneo también acecha el deseo.
Todo se resuelve en el amor de Dios, ese amor que le da la vuelta a la expresión petrarquista, tan querida por Lope, y coloca al amante en el lugar del ser amado, allí donde nunca será capaz de dar satisfacción al amor de que es objeto. Todo cambia cuando el amante, transformado en el amado, comprende que aquí está ante el amor absoluto, sin límites, sin exigencias, capaz de perdonarlo todo. Por eso Lope es uno de los grandes poetas religiosos. Sin llegar a las alturas místicas (que roza con las vertiginosas composiciones platónicas) da voz como nadie al asombro ante la inmensidad insondable del amor de Dios. Los pastores de Belén, novela pastoril a lo divino, celebra con poemas de inspiración popular, de los más hermosos que Lope escribió, el nacimiento del Niño Dios. Dios se ha hecho hombre para que los seres humanos comprendan el alcance de su amor: se ha hecho palabra, por tanto, porque esa nueva realidad sólo se podrá expresar mediante la poesía.
El amor nos devuelve así a nuestra naturaleza verdadera, una naturaleza anterior al pecado y a la degradación. Y al llevarnos a descubrir la belleza, nos lleva también a entender el significado del mundo. El camino está lleno de riesgos. Lope, rigurosamente clásico en esto como en tantas cosas, escribió una novela –Arcadia– contra el amor. Y en múltiples obras, desde Fuenteovejuna hasta El castigo sin venganza– expone y analiza cómo el amor, porque también eso es Amor, degrada hasta lo inhumano a aquellos de los que toma posesión.
El amor no es sólo el gran motivo de la obra de Lope. Su vida resulta inconcebible sin él, desde la primera gran historia con la joven Elena Osorio, que le marcó para siempre y a la que volverá sin descanso, hasta los cuidados que prodigó a Marta de Nevares, su última amante, en su vejez. Lo ha vuelto a contar Antonio Sánchez Jiménez en una nueva y espléndida biografía.
El amor conforma también desde muy pronto la sustancia misma de las ideas y la investigación estética de Lope, que serían inconcebibles sin él. Lope, ajeno a cualquier talante moralista, no puede vivir sin amar, pero tampoco puede amar sin escribir. Es Amor el que lleva a escribir como escribe. En teatro, eso a elaborar una forma nueva para la seducción de un público al que finge despreciar en El arte nuevo de hacer comedias, siendo así que es el norte de su vida creadora. Para él inventa el teatro español moderno, su absoluta libertad en cuanto a los géneros, los tiempos y las combinaciones de registros, y también su infinita variedad musical. Nunca la literatura se habrá hecho música como con Lope. También por amor reinventa la novela, como ocurre en las que le dedicó a Marcia Leonarda, nombre novelesco de una de sus amantes, y por amor apura hasta el final las convenciones del amor cortés en sus cancioneros de amor humano y divino.
Y es el amor el que está en la base de su defensa del lenguaje llano y la poesía comprensible. No porque eluda las dificultades, sino porque siempre, incluso cuando la invención le lleva por derroteros complicados, escribe para alguien. No hay para Lope figura más condenable que quien se niega al amor y se encierra –como Góngora y sus discípulos- en la contemplación de una belleza ensimismada, aislada, ajena al mundo. En este terreno, Lope lo acepta casi todo, incluido el amor venal y los versos “mercantiles”. De ahí su elogio del pueblo y el gusto por la inspiración popular. Incluso cuando escribe para pocos, escribe para alguien y como un acto de amor.
Nada tiene de extraño, en consecuencia, que toda la vida y la obra de Lope gire en torno a las mujeres. Así como no hay otro poeta como él en cuanto al amor, tampoco lo hay en cuanto al tratamiento de las mujeres. Los únicos que se le acercan en esto son Ovidio y Mozart, que también llegan muy lejos en la exposición del motivo amoroso y en el aprecio de las mujeres. Lope va más allá en lo primero, y también en la investigación del significado de la belleza femenina, que le entreabre la puerta al significado del mundo. También en la exposición del deseo femenino, asunto difícil donde los haya, pero que es lo que le vuelve loco y aquello por lo que está dispuesto a engalanar el mundo con lo más brillante, lo más lujoso, lo más bello que sea capaz de imaginar.
A veces se ha hablado de Lope como de un niño, y es cierto que tiene algo de infantil en su gusto por el despliegue desbordante de la fantasía y la creatividad. Ahora bien, esa inocencia no es el punto de partida. Es el punto de llegada de una vida volcada en la recreación, o más bien la reinvención de la naturaleza del ser humano en su estado primero. No hay inconsciencia ni improvisación en esto. Hay un propósito perfectamente consciente y una tensión constante y voluntaria, mantenida durante años, para llegar a donde él pensaba que podía llegar.
The Objective, 02-03-19
Ediciones Insólitas publicará próximamente El verdadero amante. Lope de Vega y el amor, de José María Marco.