Zola en España, por Julia Escobar
Para comprender lo que supuso la doctrina del naturalismo en España, tal como la planteó el propio Zola en sus estudios teóricos y críticos, si no prestamente traducidos, si conocidos por los principales novelistas y críticos españoles contemporáneos, pendientes de todo lo francés, no se me antoja nada mejor que acudir a las fuentes mismas de la dificultad que entrañó, para una literatura realista veteada de idealismo postromántico como era la española del momento, admitir, no ya procedimientos de los que no estaban ni mucho menos alejados nuestros novelistas sino la “filosofía” que los sustentaba.
Movida por la necesidad de espolear la reflexión en torno al problema suscitado por Zola, doña Emilia Pardo Bazán (que todavía no era condesa) publicó entre 1881 y 1882 una serie de artículos a los que tituló La cuestión palpitante. De que lo era, y mucho, lo prueba la polémica desatada en los periódicos de la época, con encendidas cartas de protesta que nunca estuvieron a la altura ni intelectual ni moral de las agudas respuestas de la autora. El crítico Luis Alfonso, el ministro venezolano Calcaño y otros varones ilustres, tan desconocidos ahora como notables en la época, se lanzaron sobre ella por propagar tan nefanda doctrina, siendo una buena cristiana y mujer por añadidura.
Sin entrar en el fondo literario ni teórico de la cuestión, es interesante dar un repaso a los escritores que la opinión “decente” consideraba contrarios al realismo y al naturalismo y que salieron a relucir a lo largo de esta polémica. Son muchos pero citaré sólo a los más conocidos: Núñez de Arce, Castelar, Campoamor, Alarcón, Valera, Menéndez Pelayo, González y Fernández, Echegaray y Zorilla. A éstos, doña Emilia opone, por deducción, omisión y convicción, a Pérez Galdós, Pereda, Palacio Valdés, Ortega Munilla, ella misma y, por supuesto, a Clarín, quien precisamente le prologa la segunda edición de La cuestión palpitante. Hay que añadir que no fue esta la única contribución de doña Emilia a la difusión del naturalismo en España. Años después dedicaba un volumen entero de su Literatura francesa moderna al análisis de la escuela capitaneada por Zola.
Los ecos de la polémica no se apagarían fácilmente. Pereda aguantó hasta 1891 para declararle, por fin, toda su inquina en público (Las comezones de la señora Pardo Bazán), pero algo antes, había encontrado la sabia, un adversario digno de ella, Juan Valera, quien en 1887 publicó Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas. El año anterior le decía a Menéndez Pelayo: “He escrito cuatro artículos sobre el naturalismo (…) Doña Emilia Pardo Bazán me ha escrito una carta muy amable diciendo que tal vez me conteste. Aunque lo haga, y esto me lisonjee, no replicaré, pues mi intención no fue nunca armar polémica o controversia, sino ir contra la extravagancia estética de Zola”. La rivalidad de Valera con la escritora es evidente: “No puedo ni debo combatir con doña Emilia. Las damas deben ir vestidas según la moda. ¿Por qué he de tomar yo a mal que doña Emilia se vista de naturalista?”. No ofende quien quiere, sino quien puede, y vaya si podía la señora.
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