Introducción. El verdadero amante. Lope de Vega y el amor
El verdadero amante. Lope de Vega y el amor
En Lope de Vega, todo empieza siempre por el impulso erótico, incluido el amor más depurado y desprendido. Tan fuerte es eros, que incluso la amistad, muy distinta del amor, requiere del vocabulario amoroso para expresarse, como si en el fondo de cualquier relación entre seres humanos estuviera siempre el amor. Dotado como muy pocos para la invención verbal, Lope recrea en múltiples ocasiones la voluptuosidad pura. No hay equívoco alguno en cuanto al papel de la belleza, que se nos impone como el acicate que la naturaleza nos coloca para conseguir sus propios fines.
Esa belleza, en el amor, tiene siempre un nombre. Filis, Amarilis, Lucinda… Las mujeres son el centro en torno al cual gravita todo el resto del mundo. Nada es más importante, nada más serio que las mujeres, siempre individualizadas. La belleza femenina es el resumen de la belleza del mundo y ninguna mujer es ajena a ella, aunque sea por sólo una chispa, pero es una chispa divina. Por eso, sólo las mujeres son capaces de conducir el amor a un territorio nuevo, allí donde el amante se enfrenta a la posibilidad de conocimiento de la verdad, de la belleza y de su propia naturaleza. (Nadie como Lope ha hecho tal aprecio, tan maravillado, tan rendido, tan inagotable, de las mujeres.)
Al sacarnos de nosotros mismos para unirnos con la persona amada, Amor lleva a una perpetua interrogación acerca de lo que somos, y acerca de él mismo. Amor es metafísico porque se interroga acerca del ser mismo de las cosas, y filósofo a veces. Y no porque guste de las abstracciones, sino porque siempre se ve en la necesidad de exponer sus razones y de aclarárselas él mismo. De ahí las múltiples definiciones del amor, y de ahí también la obsesión razonadora de los personajes de Lope, alejados de esa supuesta tolerancia reinante hoy en día y en la que cualquier cosa vale lo que vale cualquier otra. En Lope ocurre lo contrario. El amor nos lleva a descubrir la variedad, no la homogeneidad del mundo. Nunca es trivial. Más bien acaba con cualquier trivialidad. Por eso todos los personajes enamorados se esfuerzan por razonar, argumentar y entender su propio impulso amoroso. Amor les lleva a intentar comprenderse a sí mismos y a entender esa misteriosa naturaleza que ha desvelado en su interior.
El lenguaje del amor es la poesía. Por eso toda esa inmensa humanidad que forman los personajes de Lope la adora y la practica. Para seducir, pero también para descifrar un impulso que los coloca de pronto, y sin previo aviso, en un terreno nuevo, sin desbrozar, ajeno a las convenciones sociales. Y como Amor siempre es nuevo, como niño que es, impulsa cada vez a una nueva aventura: en la vida, como muestra la infinita variedad de casos en la obra de Lope, o en la propia expresión, que tiene que inventar nuevas fórmulas estéticas para entender y comunicar el enigma. (El amor, como la fe, nunca puede ser mantenido en secreto, aunque lo crean los amantes.) Así es como Lope transforma la vida en formas que no pueden separarse de ella pero que la elevan a un grado distinto, allí donde el Arte es indistinguible de la Naturaleza y la Historia, de la Poesía. (Aquí está uno de los motivos de su actitud militante en favor de la claridad y en contra de los oscuros poetas culteranos, los discípulos de Góngora, que parecen aspirar a una belleza abstracta, que no requiere la comunicación y es por tanto ajena al amor. Lope, no siempre sencillo ni fácil de entender, escribe siempre para alguien y siempre bajo el impulso de ese salir de uno mismo que es el amor.)
En esta tesitura, ningún poeta lo será verdadero si no ha experimentado aquello de lo que habla. Lope es resuelta y conscientemente moderno. La experiencia es la clave del saber y las reglas antiguas, o librescas, han de dejar paso a nuevas formas de expresión. Se cuela aquí esa obsesión autobiográfica, esa perpetua confesión que tantos éxitos le proporcionó y que tanto cansó a algunos de sus contemporáneos –a veces también a él mismo. La trampa resulta evidente, pero Lope no podía sortearla, sin más, y sólo al final, en La Dorotea, logra la perfección: transmutar la experiencia en pura expresión poética. En cualquier caso, él estaba mejor pertrechado que nosotros, tan estragados por el romanticismo. A Lope, enamorado de los principios clásicos, no le interesa la sinceridad, sino la autenticidad, la posibilidad de recrear poéticamente la materia amorosa y desvelar así, en los verdaderos amantes, su naturaleza de seres humanos. Amor, que puede animalizarnos en virtud del deseo ciego e incontrolable, también nos humaniza y nos devuelve al fondo humano común, reconciliado, inocente, antes del mal y del egoísmo.
Nada de todo esto sería concebible sin el amor de Dios, clave de bóveda de todo lo que la imaginación de Lope creó. El amor de Dios nos saca de nosotros, como siempre hace el amor, pero para situarnos en un territorio, ahora sí, completamente nuevo y desconocido. El amante se convierte en el amado y este ha de responder con todo su cuerpo y toda su alma a un amor sin condiciones, dispuesto a perdonarlo todo, ajeno a cualquier idea de posesión. El amor de Dios nos enfrenta así a nuestra capacidad de dejarnos poseer por la verdad, la belleza y –ahora sí, del todo- la poesía. Ese amor, del que no somos capaces de conocer, ni siquiera de imaginar, la extensión ni la intensidad, se ha hecho realidad entre nosotros. Y de ese modo nos ha regalado la libertad gracias a la cual podremos responderle. La infinita misericordia es por tanto el fundamento de la libertad, esa libertad que recorre como un temporal la vida y la obra de Lope. Sólo ella permite la declaración –poesía pura- con la que el amante, transformado en el amado, se abre al verdadero amor.