Alceste

Madrid. Teatro Real

Gluck, Alceste

A. Denoke, P. Groves, W. White, M. Staveland, T. Oliemans, I. Galán.

Dir.: I. Bolton. Dir. esc.: K. Warlikowski

2 de marzo

A Krysztof Warlikowski, el director de escena de este Alceste, no le gusta que alguien asuma como propio el dolor ajeno. Así que en vez de escribir su propio Alceste, interpreta la obra de Gluck, la música más noble de toda la historia de la ópera, como un cuento cínico en el que la protagonista queda equiparada a lady Di, reina de Friquilandia, mientras los demás la empujan a un suicidio aceptado a fuerza de alcohol y de pastillas. La escena es un gran espacio vacío, que unas veces sirve de hospital, otras de salón de banquetes (con “flamenco” incluido) y otros de morgue. Se recurre a unos vídeos especialmente feos y se meten largas morcillas en inglés, que convierten a Alceste en una zarzuela bilingüe.

 

Tal vez contagiado del cinismo ambiental, Ivor Bolton reduce la música de Gluck a una pieza barroca en la que todo suena pomposo, ornamental e intercambiable. La orquesta, magnífica, habría estado mucho mejor con otro enfoque. No así el coro, tan importante, que estuvo borroso y monótono.

Angela Denoke, grande en su día, conserva su antiguo centro, si bien dañado y seco. En cuanto sube –y debe subir continuamente- explora territorios inéditos, de armonías fascinantes. Paul Groves fue en su tiempo un buen Admeto. Ahora oscila entre el falsetismo y el canto verista. Willard White solventó sus dos papeles a fuerza de bocinazos. Bien los demás. El tercer acto se desarrolló en una morgue, con muertos vivientes que tiemblan como hacen los zombis en las películas de serie B. No se sabe si era una metáfora de los responsables del montaje o del estado canoro de los protagonistas. Abucheos al final.

Ópera Actual, 04-14