«Maria Stuarda». Estreno de lujo en el Real

Hasta ahora la pobre María Estuardo no había subido al patíbulo, es decir al escenario, en el Teatro Real. Las diez funciones programadas para este mes de diciembre compensarán de sobra la ausencia de esta obra maestra del bel canto con la que Donizetti desafió algunas de las convenciones del momento: la del ajusticiamiento de una reina en el San Carlo de Nápoles, donde se iba a estrenar, y, más que nada, algunas de las que regían la estructura misma del teatro cantado, en particular las relaciones y la extensión respectiva entre romanza y cabaletta. Con su proverbial elegancia -eso sí- propuso nuevas formas de narrar la acción y expresar los afectos a partir del acto II, y que condujo a la obra al olvido poco después de su estreno en Milán en 1835, como explica nuestro compañero Mario Muñoz en su enjundioso e inteligente ensayo del programa de mano.

Para este duelo a muerte entre la reina católica y la anglicana, doblado por el enfrentamiento a causa de un hombre, el Teatro Real presentó un reparto de campanillas, de los mejores que se pueden escuchar hoy en día. Lo encabeza Lisette Oropesa, en estado de gracia, con una voz limpia, luminosa, con un control perfecto de la respiración y un hermoso fraseo, que hace posible unas agilidades sin fallos, pianísimos y filatos fuera de serie, muy en particular en su conmovedora actuación durante la famosa preghiera del último acto. La belleza del instrumento lleva a olvidar la relativa falta de cuerpo, que le lleva a componer una reina en la que predomina lo doliente y lo nostálgico sobre la majestad y el orgullo. Le dio la réplica una extraordinaria Aigul Akhmetshina, que desde su aria di sortita, tan convencional (y tan hermosa) reivindicó para su papel las novedades del bel canto casi hablado propio de esta obra: voz extensa, poderosa, densa y admirablemente proyectada, es difícil de imaginar un retrato más completo de la reina herida en su orgullo de soberana y de mujer. La mejor Elisabetta, de entre las más grandes. Ismael Jordi exhibió su saber belcantista con una voz dúctil, expresiva, matizadísima, con una actuación que logró dar verosimilitud al papel de Leicester, papel ingrato y difícil de entender si el cantante no pone mucho de su parte. En el más amable Talbot, Roberto Tagliavini demostró una vez más su seguridad como actor y su autoridad vocal, con un instrumento oscuro y luminoso, con el que, por si esto fuera poco, sirve para que el papel de Maria Stuarda adquiera una mayor consistencia dramática. Muy bien el Lord Cecil de Andrzej Filonczyk y la Anna de Elissa Pfaender.

Fue muy aplaudido, con razón, el Coro, con intervenciones largas y arriesgadas, y la Orquesta Titular, brillante y matizada bajo la dirección de un José Miguel Pérez-Sierra cada vez más fino en la expresividad sin renunciar por ello a su estilo propio, lleno de vitalidad, amante de los contrastes, que se percibió desde la magnífica sinfonía inicial, A Donizetti le sienta muy bien este tono fresco y desinhibido. La nueva puesta en escena de David McVicar, convertido ya en un fijo del Teatro Real, resulta eficaz y convenientemente oscura, como gusta de tratar estos dramas a caballo entre lo político y lo amoroso. No hay estridencias ni arbitrariedades, lo que el público agradeció con grandes ovaciones, para todos.

Ópera Actual, 15-12-24

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