El «Quijote» de Massenet. El loco sublime de Dulcinea
El Don Quijote de Massenet vuelve a la Ópera de París tras de veinte años de ausencia. Junto con Le jongleur de Notre-Dame, figura entre las óperas más queridas de su autor, aunque siempre la ha rodeado la polémica: por su peculiar adaptación del clásico cervantino, por su supuesto españolismo folklórico y por lo que se puede entender como una reivindicación de la tradición frente a los experimentos musicales de vanguardia.
En 1905 se conmemoró en todo Occidente el centenario de la publicación de la Primera Parte del Quijote. Las grandes celebraciones oficiales encuadraron un cambio en el significado y la valoración del personaje. Don Quijote dejaba de ser la figura cómica y bufa que una vez fue para convertirse, siguiendo la interpretación de los románticos alemanes, en un visionario. La crisis de fin de siglo exasperó este nuevo quijotismo, como lo demuestra El caballero de la larga figura, obra del francés Jacques Le Lorrain, poeta maldito y bohemio, muy propio de aquellos años. La obra, que llamó la atención, parecía pensada para la ópera y circuló por los ambientes musicales hasta que llegó a manos de Massenet. Al autor de Manon y Werther, al final ya de una carrera espléndida, le interesó sobre todo el personaje de Dulcinea. Así como en Alemania el Fausto de Gounod iba titulado como Margarita, él mismo y su libretista Henri Cain pensaron en bautizar su nueva colaboración con su nombre.
Y es que Le Lorrain había hecho descender a Dulcinea de los sueños ideales del hidalgo a la realidad, y la había convertido en una cortesana y mujer de mundo, muy de la época también. La rodeó de una corte de admiradores entre los cuales se encuentra Don Quijote. Así es como Dulcinea -escrita para mezzo- abre la ópera con una romanza (”Quand la femme a vingt ans”) muy florida en lo vocal y de inequívoca evocación española, acompañada, como era de esperar, con un número de baile. Luego Dulcinea, aburrida de su vida superficial y en busca de sensaciones nuevas, retará a Don Quijote a recuperar un collar que le ha robado un bandido y finalmente, cuando este vuelva con el trofeo y reclame su amor, le desengañará con una sinceridad que la redime, pero que acaba con Don Quijote, que muere tras la desilusión.
Muchos críticos, sobre todo algunos españoles, no perdonaron nunca la blasfemia cometida por Massenet, Cain y Le Lorrain y criticaron el prosaísmo del personaje femenino y la España de pandereta que rodea a los protagonistas. No tenían razón. El toque folklórico era obligado, y Massenet lo trata con elegancia y discreción, sin forzar la nota. Estamos en esa España soñada y a media luz característica de la música francesa. Y en cuanto a Dulcinea, su transformación no le otorga el protagonismo al que parecía destinado. Al revés, Massenet se dejó seducir por el hidalgo y la música de Dulcinea, salvada su primera intervención, acaba resultando apagada y -algo sorprendente en este gran creador de figuras femeninas- seca.(…)
Ópera Actual, 01-05-24