Sexo, mucho sexo. El «Onegin» de Christopher Loy en el Teatro Real

El Teatro Real y el del Liceu encargaron a Cristof Loy una nueva producción del Eugenio Oneguin y como es natural, Loy hizo lo que siempre hace y que le proporciona tantos encargos. En este caso, una cocina de tonos verdosos y grisáceos para los primeros cuadros, hasta el n.º 17 y, a partir del duelo, una caja blanca desnuda y cegadora en la que transcurre el duelo en el bosque, el gran baile en el palacio con la polonesa y la escena final de los dos protagonistas. Como siempre, la blancura del escenario y su desnudez permiten a Loy proyectar sus fantasías a partir de la ópera: Oneguin es un golfo con el que Tatiana no duda en acostarse, Olga pasa la noche con Lensky y Lensky, después de ser acariciado, abrazado y luego asesinado por Oneguin resucita para, juntos de la mano, salir de escena dando brincos, es de suponer que hacia la siempre prometedora noche madrileña. Quizá sea este el meollo de todo el asunto. Loy finge desconocer que lo que el libreto no dice corre a cargo de la orquesta, y de la interpretación vocal de los cantantes, y pone a Chaikovski y a Pushkin al servicio de sus propias obsesiones. Tampoco hay bailes populares, ni vals, ni mazurka, ni polonesa, sustituidos por una conga de pretensiones orgiásticas y algunos pasos de bailes frenéticos.

El planteamiento tiene consecuencias en el desarrollo musical, en particular porque Loy es muy exigente en la dirección de actores que actúan -y muy bien y disciplinadamente- contra sus propios personajes. El barítono Iurii Samoilov, de voz bellamente timbrada y aterciopelada, de emisión perfecta y excelente expresividad, no logra dar vida a un Oneguin, que de romántico ha pasado a ser un cara dura con frustraciones inconfesables. Kristina Mkhitaryan cantó una deslumbrante escena de la carta, con una voz cálida, fantásticamente bien emitida, con hermosísimos cambios de color. No importó demasiado que tuviera que andar subiéndose a los muebles a cada instante, aunque no pudo con la última escena con Oneguin, convertida en un dúo casi verista salpicado de gemidos y chillidos. El tenor Bogan Volkov, de preciosa voz, clara, no muy grande pero extremadamente musical, defendió muy bien a su personaje hasta que, en “Kudo, kudo”, se lanzó a desgranar todo un estupendo repertorio de recursos belcantistas que convirtieron a Lensky en un jovencito lánguido y flojo. Victoria Karkacheva exhibió una voz preciosa y evocadora en la única aria del personaje, poco lucido, de Olga. Y Maxim Kuzmin-Karavaev consiguió, con una elegante e imponente voz de bajo, reflejar toda la dignidad del amor conyugal que expresa tan bellamente el príncipe Gremin, a pesar de empezar el aria con las manos en los bolsillos, como otro de los perdonavidas que pueblan la función. (…)

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MADRID. TEATRO REAL. PIOTR ILICH CHAIKOVSKI, EUGENIO ONEGUIN

Iurii Samoilov, Kristina Mkhitaryan, Bogdan Volkov, Victoria Karkacheva, Elena Zilio, Maxim Kuzmin-Karavaev, Juan Sancho, Frederic Jost, David Romer / Alexander González. Dir. : Gustavo Gimeno. Dir. esc. : Christof Loy. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. 22 de enero de 2025

Ilustración: Javier del Real. Teatro Real

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