Audacia sin límites
El Gobierno ha recibido una seria advertencia del Banco Central Europeo acerca de su política fiscal con las entidades financieras. No le ha importado gran cosa. Al contrario, ha aprovechado la ocasión para atacar allí donde era previsible que se defendiera. Además de consideraciones de utilidad pública, muy discutibles, el nuevo impuesto sobre beneficios bancarios sirve sobre todo para que el Gobierno siga puliendo su imagen de defensor de los pobres y desvalidos contra los poderosos, los de puro y cenáculo. ¿Qué mejor enemigo que el BCE, el más poderoso de los poderosos, para acabar de colgarse la medalla populista? El propio Pedro Sánchez centró el tiro con un ataque personal a Luis de Guindos, que le permitió relacionar al BCE con la banca privada más depravada, ni más ni menos que Lehman Brothers, y, cómo no, con el Partido Popular. En el coro de solistas alzó la voz, en el mismo sentido, la ministra de Economía, con su tono de institucionista arrogante, que desprecia como impertinentemente vulgar a todo el que no la aplauda. Desde el polo opuesto, con su plebeyismo sobreactuado, concurrió la ministra de Hacienda. Y remató la faena el ministro de Seguridad Social que hizo gala de su adscripción técnica calificando el informe del BCE de documento reciclado, algo así como un “copy and page” (sic).
De toda esta puesta en escena sorprende la temeridad de Sánchez al lanzar una respuesta de este estilo a la más poderosa de las instituciones europeas. Muy seguro debe de estar Sánchez de sus apoyos en la Comisión para esto. Y aún llama más la atención la perfecta coordinación para declinar según la variedad de estilos y personalidades un mensaje único, de tono demoledor y fácil de entender. Unidad en la diversidad, por resumir el despliegue.
No es, evidentemente, un ejemplo de prudencia, virtud que a pesar de todo sigue siendo la clave de cualquier forma de buen gobierno. Pero sí revela una audacia sin límites y una excelente puesta a punto de fans e incondicionales. Por eso Sánchez será siempre un adversario temible. A diferencia de Rodríguez Zapatero e incluso de Felipe González, no se rendirá nunca, ni siquiera cuando pierda, si es que pierde. Algo, en el fondo, digno de admiración.
La Razón, 07-11-22