Concentración en Colón. Una nueva mayoría
A las 11’30 de la mañana era imposible atravesar el cruce de la calle Goya con Serrano para acceder a la Plaza de Colón. Sólo con mucho esfuerzo y mucha paciencia era posible situarse algo más cerca, en medio de la calle, donde aún podía entenderse lo que se decía en el escenario invisible. Fuera de lugar estaba tratar de llegar a la Castellana. La gente ocupaba toda la plaza y se desbordaba por las calles aledañas: familias enteras, matrimonios, mujeres, amigos, gente joven y mayor, de la que trabaja hasta donde puede para salir adelante con dificultades… Clase media de la que aguanta apretando los dientes, riéndose de vez en cuando con alguna tertulia radiofónica, los caprichos de la clase política.
Hasta que un día, como ayer en Madrid y antes en tiempos de Rodríguez Zapatero, se cansa y aprovecha una convocatoria política -hecha a todas prisa: también aquí funcionan las nuevas formas de movilización y de debate- para salir a la calle a decir lo que intuye que no se quiere oír. En este caso, la lealtad a su país y el hartazgo con Sánchez.
España, en primer lugar, claro está. PP, Ciudadanos y Vox evitaron las exhibiciones partidistas. Con sentido común, dejaron el protagonismo a aquello de lo que la gente que ayer se manifestaba en Colón quiere hablar: de España, de su unidad, y de la Constitución. Son las bases de un régimen pluralista y tolerante, donde diálogo no quiere decir humillación de unos para satisfacer a otros y la tolerancia se declina para todos, no sólo para los que piensan –o son- como uno mismo. Los asistentes a la manifestación de ayer tenían bien claras las cosas: España es de todos y todos caben en España. Ese era el sentido del océano de banderas nacionales que inundaron ayer el centro de Madrid en todos los formatos posibles: desde el pin en la solapa hasta las bufandas y las gafas.
Lo que no puede ser, claro está, es que el Gobierno, y menos aún un gobierno minoritario apoyado por los secesionistas, actúe sistemáticamente en contra de por lo menos la mitad de los españoles (la España en blanco y negro, es decir franquista, como se atrevió a decir Pedro Sánchez con esa arrogancia infantil que le caracteriza y que tan caro le va a costar). Así que después de la afirmación nacional, el otro motivo principal fue el de la petición de elecciones: Elecciones, ¡ya!… tal como prometió el propio Sánchez durante la moción de censura que le llevó a la Moncloa. Aquí los manifestantes dejaban ver su disgusto y su enfado: sin insultos, sin provocaciones, con esa profunda buena educación que caracteriza a la clase media de nuestro país.
Rafa Rubio se pregunta, con razón, para qué sirve una manifestación o una concentración como la de Madrid. La de ayer la motivaba en primer lugar la necesidad de reafirmar un sentir y una preocupación compartidos ante la deriva del gobierno. Era una demanda latente, que los convocantes supieron interpretar. Para satisfacerla bastaba con acercarse hasta la Plaza de Colón y verse rodeado de miles de personas que expresan el mismo malestar. Con sólo eso, los asistentes salimos reconfortados y aliviados. La gente sabe que no está sola, pero es necesario corroborarlo más allá de la familia, los amigos, la escucha o, sería mejor decir, el diálogo con la radio.
Hay más, claro está. Lo representaban Abascal, Casado y Rivera, tres líderes jóvenes. Una vez hecha la “regeneración”, son el rostro de los partidos que representan esta nueva etapa de la historia de nuestro país. En un escenario de competencia abierta por los nuevos espacios políticos, era lógico que ninguno de ellos interviniera. No lo fue tanto que se leyera un manifiesto demagógico y chapucero, con un contenido político inconsistente, primario, burdo. Los manifestantes, que habían acudido con la mejor buena fe, merecían otra cosa. Y merecía otra cosa la ocasión en sí, de la que los asistentes eran los protagonistas.
La concentración de Colón era el momento perfecto para presentar ante la sociedad española la apertura de un nuevo ciclo, en el que la Constitución y la nación española fueran por fin conceptos inseparables. Eso era lo que nos unía a todos y lo que debía haber unido a los representantes de los partidos convocantes. Se trataba de definir un espacio político nuevo, hasta ahora inexplorado en la democracia española, siempre subordinada a los nacionalismos. Había que decir NO al nacionalismo y hablar de España y de la Constitución como de los elementos con los que es posible derrotarlos. Hay ahí una nueva mayoría, que no se reduce al lugar común de las “derechas” ni al objetivo inmediato de desalojar a Sánchez, por muy significativo que resulte esto de dónde se ha situado el PSOE. Pues bien, esa realidad no apareció como debía haberlo hecho.
Sin duda por las prisas –pero no es una justificación-, tampoco hubo ninguna escenificación de los motivos profundos del acto, aquellos que llevaron a los asistentes a acudir a la concentración. Los himnos sustitutorios y festivos –y cantables, como el “Que viva España”- siempre van a tener éxito, pero son muy poco para lo que estaba en juego. Se habla mucho de la falta de complejos, pero los jóvenes líderes van a tener que superar el vértigo, la vanidad y los resabios para encabezar de verdad la ola que les va a llevar al poder y que los puede dejar maltrechos antes incluso de que se den cuenta.
La Razón, 11-02-19