El reto andaluz
Andalucía no es una ruina, ni una región abandonada, ni un pozo sin fondo de corrupción, aunque haya mucho de esto último. En realidad, Andalucía permite comprender algunas de las ventajas y de los inconvenientes de la descentralización, por no decir federalización, instaurada por el Estado de las Autonomías.
Del lado positivo está el hecho, fundamental a la vista de la división de Italia entre Norte y Sur, y en Francia de la que escinde París de la “provincia”, de que Andalucía no es una España dividida del resto. No hay dos Españas, como sí que hay dos Italias y se esbozan ya dos Francias. Ni hay desigualdades brutales, ni marginación de las decisiones políticas. El autogobierno, además, ha permitido preservar una forma de vida, una cultura que hace de Andalucía una de las regiones más atractivas del mundo, sin contar con su increíble belleza histórica y natural.
Entre los inconvenientes, están los propios de una economía excesivamente intervenida: mercado de trabajo ineficiente, impuestos demasiado altos, demagogia educativa. Son cuarenta años de socialismo, que resultan en un atraso casi escandaloso, alimentado con el cultivo del perpetuo agravio identitario. El retroceso del PSOE lleva a recurrir intensivamente a este último, hasta dibujar una imagen esperpéntica y paternalista de lo andaluz y de Andalucía. La que aparece en las declaraciones de Susana Díaz.
La construcción de una alternativa no puede hacer suya esa imagen: ni desde una perspectiva ni desde la otra. Se trata de templar y racionalizar la propuesta propia, y asegurar que no habrá de ningún modo cambios a peor, sea lo que sea lo que cueste esto. No hay nada que desmantelar ni que deshacer en Andalucía. Hay que introducir reformas prudentes que permitan abrir espacios de autonomía a quien quiera aprovecharlos. El PP, a diferencia de Ciudadanos que ha apoyado estos años al gobierno socialista, tiene mucho que decir aquí. Aunque el crecimiento de Ciudadanos indica hasta qué punto los votantes andaluces valoran el compromiso con lo actual, es decir con lo real.
La Razón, 20-11-18