Encerrona fallida
Pedro Sánchez no tiene una mayoría social que le respalde. Nunca la ha tenido. Volvió a la secretaría general del PSOE después de una campaña de tono populista que enfrentó a las bases socialistas, siempre radicalizadas, con lo que quedaba del proyecto felipista. De por sí, aquello significaba que venía dispuesto a encastillarse en un experimento radical, incapaz de aglutinar a la mayoría de la sociedad española. Lo confirmaron las elecciones siguientes y lo corroboró la moción de censura, al optar Sánchez, después de encerrarse en el famoso “No es no”, por gobernar con partidos que en el conjunto de la sociedad española sólo pueden ser minoritarios. Tal vez se figuró alguna vez que podía conseguir esa mayoría social desde el gobierno. Si fue así, nunca hizo un gran esfuerzo por lograrlo. Siempre ha preferido ir negociando con sus socios medidas para sacar adelante un proyecto cada vez más ajeno a la realidad.
Los resultados de las encuestas, inequívocos de por sí, señalan este mar de fondo. Se alejan de Sánchez votantes que antes le respaldaron y la opinión que siempre le fue contraria se muestra cada vez más exasperada. Para gobernar un país como España hay que tener en cuenta muchas sensibilidades, digámoslo así, pero también hay que tener un proyecto nacional que las aúne. Sánchez creyó sustituir esa necesaria mayoría social por las combinaciones parlamentarias. No ha bastado. Y tampoco ha sido bastante el recurso con el que el PSOE ha contado hasta ahora. Siempre carentes de un proyecto nacional (como no sea, hoy en día, el de la nación de naciones), los socialistas se refugian desde Alfonso Guerra en el propio partido para vertebrar España. El instrumento ya no está en buen estado. El tiempo no pasa en vano y la tensión a la que Sánchez somete a la sociedad española lo ha acabado de deteriorar.
Sánchez, por tanto, se apoya en socios en los que no puede tener confianza y se ha refugiado en un partido, todavía muy poderoso es verdad, pero que se le está disolviendo entre las manos. Se explica así la extraordinaria función parlamentaria de ayer. Iba a ser una encerrona para Feijóo, por el desequilibrio de los tiempos y por la concentración en un asunto que Sánchez debería haber tenido bien estudiado. Se convirtió en otra cosa: un interminable monólogo en el que el Presidente del Gobierno abandonó cualquier propuesta que pudiera llevar preparada para presentarse como el único protagonista de un duelo contra un enemigo que sólo existe en su cabeza.
Feijóo debió de comprender pronto la situación, y atacó lo justo, optando sobre todo por las propuestas concretas y la oferta de un pacto de gobierno. Pero Sánchez se había embalado en esa delirante exhibición montada para sí mismo y para los suyos, no demasiado entusiastas. Y seguía y seguía enumerando agravios, desprecios, insultos contra una fantasía construida en su imaginación, ajena a la realidad personal y política de Feijóo. Esta pérdida de contacto con la realidad muestra una vulnerabilidad esencial, que la oposición está en la obligación de aprovechar. No hace al personaje menos peligroso. Evidentemente, Sánchez está dispuesto a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Ha quemado su autoridad en muy pocos años, y así ha llevado hasta el agotamiento terminal el gran ciclo que para el PSOE arrancó con la Transición. Ese vacío histórico es lo que Sánchez puso en escena en el Senado.
La Razón, 08-09-22