Francia. Ciudadanía en crisis
Las regiones francesas fueron reformadas por el gobierno Valls y pasaron de 22 a trece (las metropolitanas, por lo de los restos del imperio). Aun así, en el colegio del hijo de un amigo mío les siguen enseñando que hay 22 regiones, lo que permite a mi amigo practicar ese deporte eminentemente francés que es quejarse. Ahora los habitantes de las regiones francesas han ejercido el derecho al voto y le han dado la victoria al Frente Nacional, la formación populista de derechas que obtiene de media un 30% de los sufragios y se convierte en el principal partido de Francia. En consecuencia, la opinión pública francesa ha entrado en estado de shock.
La opinión pública –se entiende bien- es el resto de los votantes e incluso en este caso habría que ver lo que piensa el asunto buena parte de ese “territorio subterráneo”, que es cómo Alain Minc llama al Islam francés, los entre cinco y seis millones de ciudadanos musulmanes. Más que otra cosa, los resultados electorales de este fin de semana ponen en evidencia el hartazgo de muchos franceses ante la falta de liderazgo y la falta de respuestas. También indican cómo instrumentos políticos muy elogiados nuestro país, por ejemplo las elecciones a dos vueltas, pueden servir para bloquear las posibles soluciones, en vez de encauzar los problemas.
No vale del todo recurrir al apelativo de “antipolítica”. Lo que ocurre en Francia es una crisis de la capacidad de la V República para integrar a muy diversas sectores de la población. Cuando algunos franceses entonaron la Marsellesa después de los atentados del 13-N, hubo quien pensó, sobre todo en nuestro país, que lo que en la sociedad parecía roto sobrevivía en el terreno político. Estas elecciones van camino de demostrar que no es así, y que lo que está deteriorado en Francia es la capacidad de convivencia, la política en el sentido más profundo del término. Y eso no atañe sólo a los partidos. Atañe a la raíz misma de la nación y a la forma en la que los franceses se conciben ellos mismos como ciudadanos. Hay muchas cosas que aprender de Francia, que aún sigue siendo el gran país que ha venido siendo durante siglos. Ahora bien, en este punto, lo que conviene aprender es sobre todo lo que no hay que hacer. La “unión sagrada” no puede ser una máquina de exclusión.
La Razón, 08-12-15