La camisa blanca
Parece que en el PSOE se van percatando de la auténtica dimensión del recién nacido populismo español. A diferencia de lo que ocurre en otros países de la Unión Europea, aquí no existe nada parecido al nacionalismo español. Así que los populistas no pueden levantar contra el sistema -es decir, la democracia liberal o la Monarquía parlamentaria- la bandera de la nación o del pueblo, como ocurre en otros países de la UE y, dentro de España, en Cataluña. Por eso mismo, tampoco pueden recurrir al sentimiento antiinmigración o antimusulmán, aunque sí pueden ser antisemitas: el antisemitismo –es decir, la nostalgia del nacionalismo- está bien visto en buena parte de la izquierda. El único objeto de movilización general o transversal es la corrupción, pero no es suficiente.
Así que el populismo español apenas compite con el PP, pero en cambio compite, y de qué manera, en el terreno del PSOE. Habrá quien atribuya esto al maquiavelismo popular, pero también se puede atribuir a los propios socialistas, que han alimentado durante años al monstruo. No es casualidad que el líder del populismo español se llame Pablo Iglesias. Por eso mismo, es hora de que el PSOE, habiéndose dado cuenta de lo que está pasando, saque las conclusiones oportunas. Y estas no consisten en fantasear con una alianza entre el PP y los populistas. Se trata más bien de reconfigurar el lugar del PSOE dentro del sistema político.
En Italia se habla de la camisa blanca de Matteo Renzi como de un signo post-ideológico. Esto quiere decir que Renzi, y los italianos, han comprendido que el problema político que se plantea hoy no está en el eje de enfrentamiento entre izquierda y derecha, sino entre sistema y antisistema. Y Renzi ha elegido. Ni camisa negra, ni roja, ni azul, ni siquiera rosa. Blanca.
A Pedro Sánchez le gusta también esta prenda, lo cual le honra, al menos estéticamente. En la tradición institucionista española, la de Giner de los Ríos, “camisa blanca” significa radicalismo (“Siempre más radical y con la camisa más blanca…”), pero más allá de esta historia de depuraciones locales, que poca gente conoce, debemos suponer que Sánchez es capaz de entender el significado de lo que hace. No es que no haya diferencias entre PP y PSOE, que las hay, y muchas y muy serias. Sin embargo, las hay, y muchas más y más serias, entre quienes gustamos de la democracia liberal y quienes quieren acabar con ella. Así como ya no es posible seguir en la ambigüedad con el nacionalismo, tampoco aquí caben ya más ambigüedades.
La Razón, 16-09-14