La revolución entrampada
Los nuevos gobernantes griegos están jugando sus cartas como saben hacerlo: con el descaro de unos jugadores profesionales, duchos en el órdago y el farol. Siempre han tenido mucho más de eso que de revolucionarios profesionales, al estilo de nuestros compañeros politólogos. Lo suyo es apostar fuerte y codearse con las altas instancias de Bruselas y otras capitales europeas, vestidos, eso sí, de mafiosillos más o menos mediterráneos: camisas oscuras y descorbatados. La imagen es importante. Esto sí que lo saben, aunque no todos, los nuestros.
El caso es que lo que parecía ir bien encaminado para la consolidación del paraíso griego, ámbito superfeliz a cargo de los contribuyentes del resto de la zona euro, empieza a tropezar con algunas dificultades. El más entusiasta ha sido Matteo Renzi, que se ha reconocido en los recién llegados. Habrá visto en ellos una oportunidad para seguir sin hacer nada, absolutamente nada, por reformar la economía de su país. François Hollande ha estado muy en su línea: comprende las ansias del pueblo griego, tal como las expresan los nuevos dirigentes, pero se reserva el apoyo. La sociedad francesa no quiere emprender reformas, pero es demasiado conservadora como para alinearse con una Europa sureña a punto de desmelenarse.
El Banco Central Europeo y los alemanes, por su parte, no parecen dispuestos a aceptar el envite. Se atribuirá el gesto al egoísmo de la Europa norteña (a la que España pertenece por naturaleza, dicho sea de paso). También se puede atribuir a la seguridad de que seguir con las trampas, es decir seguir financiando con deuda la negativa a hacer reformas que permitan el crecimiento, no es bueno para nadie. Ni es bueno para los griegos, que verán cómo, tras un tiempo muy breve, porque ya todo va muy deprisa, la situación volverá a deteriorarse. Ni será bueno para el resto de los países europeos, que habrán visto cómo se premia, en nombre de una estabilidad momentánea, una política que impide el crecimiento.
Lo que los líderes europeos deberían aclarar de una vez es que están a favor de la prosperidad y del progreso. Y que para conseguirlos están dispuestos a flexibilizar sus economías y a dejar de pensar la zona euro como un reducto blindado contra la globalización, contra los avances tecnológicos y contra una economía que no se rige por la defensa cerrada de los privilegios y los intereses adquiridos, a costa de los jóvenes, los parados y, muy pronto, los pensionistas.
La Razón, 06-02-15