Lecciones del 10-N
Entre las realidades más fascinantes de las elecciones del pasado domingo está el nuevo reparto entre político y social que está en marcha en nuestro país. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, el municipio de la capital ha votado mayoritariamente al PP, y en el norte u el yeste, una de las zonas más ricas de España, auténtico paraíso en casi todos los sentidos del término, el voto mayoritario al PP alterna con el del PSOE. En cambio, en la periferia sur y en parte en la del oeste –también del este-, VOX sale como fuerza más votadas en buen número de municipios, lo que explica el éxito de la formación.
El PSOE y el PP, antes grandes partidos nacionales y populares, capaces de responder y encuadrar las necesidades una amplia mayoría de la población, se han ido convirtiendo en partidos de funcionarios y de cuadros (PP) o en defensores de posiciones ideológicas de tipo identitario o estético (PSOE). Están dejando de tener interés para quienes se enfrentan a salarios bajos, empleos precarios, futuro incierto, desestructuración familiar, masificación y, sobre todo eso, el menosprecio constante a su dignidad de ciudadanos españoles.
El abandono de su electorado natural -podría decirse- y el olvido de las auténticas posiciones que hicieron grandes a estos dos partidos se repite en el caso de Ciudadanos. Su primer error –cometido antes de las elecciones autonómicas de diciembre de 2017- fue abandonar Cataluña, donde estaba destinado a encabezar el constitucionalismo y convertirse en una de las fuerzas más influyentes de la política española. Desde entonces todo han sido bandazos y caprichos.
Hay mucho que aprender de todo esto. Lo primero es que a pesar de que vivimos en tiempos postmodernos, donde todo parece líquido y en trance de desvanecerse, las organizaciones políticas no pueden abandonar aquello que les da sentido: la dimensión popular en el caso del PP, la social en el caso del PSOE, la nacional –desde la perspectiva de Cataluña- en el caso de C’s. En este último, como en el de Podemos –un partido equiparable ya a la antigua Izquierda Unida y que se ha hecho viejo en apenas cuatro años- ni la obsesión con las redes sociales ni el caudillismo sustituyen la elaboración de un corpus propio de ideas y, de nuevo, el conocimiento de la realidad. En estas elecciones han salido derrotadas la inautenticidad, la frivolidad y el personalismo. Gran lección para quien quiera aprenderla.
La Razón, 12-11-19