Partido con carácter
Mariano Rajoy reformó el PP y lo convirtió, o casi, en un partido de cuadros, muy lejos del gran partido popular –antes se decía de masas- que había creado Manuel Fraga y consolidado José María Aznar. El intento no tuvo éxito y llevó a una parte de los antiguos votantes populares –perplejos o dolidos ante el cambio- a la abstención o a Vox. Ya antes, sin embargo, se había puesto en marcha un nuevo cambio interno. Fue el que llevó a la presidencia del PP a Pablo Casado. Casado llegó con la voluntad expresa de devolver a su partido algo de lo que le había caracterizado. Son dos reformas seguidas, con dos modelos de partido sustancialmente diferentes, aplicadas sobre un grupo consolidado y unido por una historia larga y a veces dura. Tal vez lo mejor habría sido dar por cerrada la organización, como ha ocurrido en otros países del sur de la UE, y mudar de siglas, y de sede.
No se hizo, y sobre Casado recayó una tarea de inmensa dificultad, como era renovar sin romper ni excluir. Dos años después, el resultado es un Partido Popular más plural que antes –y mucho más que en tiempos de Aznar-, en el que conviven y debaten posiciones bastante diferenciadas sobre la realidad española. Se suelen simplificar, como si la una condujera a una oposición firme y la otra surgiera de la disposición a dialogar con el Gobierno, pero no todo es tan sencillo. Por ejemplo, Álvarez de Toledo, supuesta representante del “ala dura”, conecta mal con el electorado popular del PP y está muy lejos de cualquier tentación populista, mientras que Núñez Feijóo o el alcalde de Madrid, personajes más “centrados”, consiguen un respaldo electoral significativo y muy importante en el caso del primero.
En realidad, las encuestas parecen indicar que el electorado no castiga ni va a castigar el hecho, relativamente nuevo, de que en el interior de un gran partido político se manifiesten voces y temperamentos diversos. En una sociedad tan abierta como la española, la disciplina no debería excluir el pluralismo ni el carácter. Otra cosa es que el liderazgo parezca indeciso, incapaz de formular una propuesta en la que se reconozca una mayoría de españoles. En otras circunstancias, menos alborotadas y fragmentadas, tal vez el PP podría esperar a que la coalición social peronista fracasase, como fracasará, sin la menor duda. Ahora esta actitud resulta poco creíble.
La Razón, 17-08-20