Política mágica

En estos años de crisis se han ido imponiendo palabras que el uso intensivo ha ido convirtiendo en exorcismos indiscutidos e indiscutibles. Así, regeneración, ejemplaridad, transparencia, singularidad, igualdad… Se han añadido al ya nutrido corpus de términos fetiche con lo que nos hemos acostumbrado a expresar lo que creemos que es la realidad de nuestro país: invertebración (ah, la España invertebrada) o diversidad. Se ha ido configurando así, cada vez más densa, una capa mugrienta de conceptos, palabras y metáforas que han acabado propiciando un acercamiento mágico a la realidad. La realidad no se piensa desde lo que es. Se piensa desde esta espesa mugre de tópicos y quien no recurra a ellos para articular los exorcismos discursivos convenientes, queda excluido.

 

Esto ha ocurrido siempre. Un novelista imaginó un diccionario de lugares comunes, expresiones que fijan lo que todos creemos saber sobre el mundo que nos rodea. No estaría mal escribir uno ahora. También ocurre en todas partes. Los franceses viven en un mundo hiperestetizado y socialista al mismo tiempo, algo irreal hasta lo indecible. Los griegos optaron por encerrarse en su estupenda burbuja alternativa hasta que el mismo gran gurú que la había inflado decidió pincharla. Incluso en Gran Bretaña, país menos dado a las prácticas mágicas, hay quien se cree que puede resucitar los años 70, cuando los mineros y los sepultureros paralizaban el país.

En nuestro país tenemos varias vías para intentar recuperar nuestro contacto con la realidad. Podemos llevar a los chamanes (se pueden utilizar términos menos elegantes) al poder: pronto habremos sabido cómo acaba la aplicación de los eslóganes mágicos de regeneración, ejemplaridad, transparencia y singularidad. O bien nos esforzamos por que al gobierno lleguen personas adultas, capaces de ir más allá de los mantras de turno, por mucho que a veces no les quede más remedio que recurrir a ellos. Lo primero no tendrá consecuencias insalvables, porque nuestra sociedad y nuestro país son entidades mucho más vertebradas, consistentes y racionales de lo que nuestros gurús quieren que pensemos. Sí que supondrá un retroceso serio, que pagarán los más débiles: jóvenes, mayores, pensionistas, personas sin cualificar. (¿O es que alguien cree que la magia sale gratis?) Lo segundo, en cambio, evitará una experiencia cuyo resultado ya conocemos. No hay ninguna razón para aceptar que somos unos degenerados y unos invertebrados. (Eso lo será usted…) Y es posible que, bien pensado, no queramos ser ni ejemplares, ni transparentes, ni diversos, ni siquiera iguales.

La Razón, 20-10-15