Tiempos ahistóricos
La Comunidad Autónoma de Aragón quiere acabar con la ley de Amnistía de 1977, aquella que permitió cerrar de una vez todos los crímenes considerados políticos, incluidos los del terrorismo nacionalista etarra. En el Ayuntamiento de Madrid siguen a vueltas con el levantamiento del 18 de julio. Hace unos meses quisieron conmemorarlo con placas que, situadas en algunos de los edificios que albergaron las siniestras checas, iban a homenajear a aquellos vecinos de Madrid que se alzaron contra los sublevados. La iniciativa era tan perversa que no parece haber tenido éxito, aunque ahora vuelve el asunto en un distrito en cuya Junta quieren instalar algún recuerdo a quienes “lo arriesgaron todo por la democracia y la justicia social”, también aquellos que, como indicaba LA RAZÓN hace pocos días, “en su propia patria eran considerados criminales y delincuentes, consideración que para nuestra vergüenza siguen teniendo”.
Homenajear a delincuentes y criminales reconocidos no era común hasta hace poco tiempo, salvo en literatura y otras formas de ex bellas artes que aguantan, las pobres, cualquier cosa. Es un paso más en esa obsesión por el pasado tan propia de la izquierda política de nuestro país y que Podemos y afines han heredado del PSOE. A la izquierda y a los nacionalistas les fue muy bien con la legitimidad histórica que se les concedió en la Transición y no están dispuestos a abandonarla. La filosofía de la Historia, por otro lado, siempre ha redimido cualquier crimen.
Como la derecha no tuvo opción a legitimidad histórica alguna y sólo sabe de la filosofía de la Historia por los crímenes que se cometen en su nombre, muchas veces a su costa, se acostumbró a vivir con la mirada puesta en el presente. Así es como en nuestro país la izquierda ha estado, y sigue estando, enferma de pasado, mientras que la derecha política, salvo honrosas excepciones (por ejemplo, los trabajos de Pedro Corral), vive en el eterno presente. Le salva –a la derecha- la competencia técnica y el sentido de servicio al Estado, relacionado con la conciencia del pecado original. Esta última, sin embargo, también se empieza a perder y es posible que entre la vigencia anacrónica de la filosofía de la Historia y una mentalidad para la que no existe ni la Historia ni la Filosofía, nuestro país esté en trance de convertirse en el más postmoderno de todos los conocidos.
La Razón, 20-07-17