Tragedia bufa
Cristalino. Así es como el vicepresidente peronista del Gobierno central definió su posición en el asunto de la rectificación de su propio Gobierno al pacto que su Gobierno y él mismo habían firmado con los filoterroristas el día anterior. Es un término desusado en el castellano actual. Probablemente Pablo Iglesias se lo debe a una expresión inglesa que habrá sacado de alguna serie norteamericana, único alimento conocido de su bagaje ideológico. Sea lo que sea, nuestro cristalino vicepresidente ha tropezado con lo inesperado: alguien aún más cínico que él, y más dispuesto a engañar a quien haga falta. O más exactamente, tan amante de las trampas y las apuestas al filo de la navaja, que a Iglesias le ha llegado la hora de verse puesto en ridículo por aquel al que consideraba su discípulo.
El caso es aún más fascinante porque Sánchez no necesitaba a los herederos de los terroristas para sacar adelante su quinta prórroga del estado de alarma. Su pacto con Bildu es un puro acto lúdico, hecho por placer, por gusto, por divertirse. También, por alguna clase de afinidad que no es difícil de adivinar sabiendo quiénes son los firmantes: la aversión a la “derecha”, un enemigo a batir, y a España y a los españoles, es decir a todo aquel que en algún aspecto de su vida moral y cívica se considera a sí mismo español.
Sobre esos presupuestos, y al tiempo que en el Congreso escenificaba su pacto con el PNV y Ciudadanos, Sánchez andaba negociando con los filoterroristas la derogación de la reforma laboral del PP. Es lo más grave que se puede hacer en este momento, en pleno hundimiento económico y con una negociación en ciernes en la UE. Tampoco hace falta explicar que el solo anuncio multiplicará el paro: por la inseguridad a medio plazo y porque si alguna empresa piensa que no le queda más remedio que despedir, lo estará haciendo ya, antes que la nueva legislación se ponga en marcha.
Del famoso diálogo con los agentes sociales no ha quedado nada. La reforma más sensible se ha despachado en tres párrafos, sin consultas, y con la promesa de que los firmantes rendirán cuentas al “GP Euskal Herria Bildu” (mejor no saber lo que eso significa). Todo el entramado de las relaciones laborales, y con él decenas de miles de empresas y millones de empleos sacrificados a los pies de los herederos de los etarras. Tampoco parece quedar mucho de empatía, por así decirlo, con el resto del Gobierno. Nunca tuvo este mucha importancia, como lo había demostrado el que la decisión tomada por el Consejo de Ministros sobre la duración de la prórroga fuera desmentida, hace unos días, en la consiguiente rueda de prensa. Las formas legales, las exigencias jurídicas y administrativas son un simple trámite para Sánchez. Tal vez esto contribuya a explicar el tono desabrido de los comparsas, es decir de los ministros.
Aún más lo serán acuerdos como este. Lo de “pacta sunt servanda”, invocado por Iglesias en medio de la hilaridad general, no sirve con su Presidente. Para ser cristalinos del todo, Sánchez ha engañado al peronista y a los filoterroristas al promover que en su nombre se firme algo que no va a cumplir. Entre otras cosas, porque la reforma laboral no se puede derogar como se lo imaginan sus socios. Pedro Sánchez y su asombrosa gestión de la crisis requieren la invención de un género literario nuevo. Algo así como “tragedia bufa”. A ver quién se atreve a pactar algo con semejante personaje y con el partido que lo tiene de líder.
La Razón, 22-05-20