Un buen debate
Pensar que se iba a salir de una crisis económica como la que hemos padecido desde 2007 sin cambios políticos era una fantasía. Lo que no es una fantasía es echar la mirada atrás para ver todos los peligros que la sociedad española ha evitado en estos años. No hubo rescate, ni intervención de la economía española, ni colapso de las instituciones. Los nacionalistas no están hoy mejor que antes de ayer. No han surgido grandes formaciones populistas radicales, excepto Podemos, y aun esta más de extrema izquierda que otra cosa.
En realidad, la sociedad española ha salido reforzada y más cohesionada, después de la demostración de solidaridad y vertebración que ha dado en estos años. La economía está en mejores condiciones, más abierta, más flexible y más ambiciosa, y las instituciones suscitan ahora más respeto que antes, aunque se las discuta más. No nos hemos hundido en el colapso general, tal como hace escasamente dos años auguraba la vasta tribu de los apocalípticos y los regeneracionistas.
La gran novedad es la dificultad que han tenido los dos grandes partidos para asimilar las novedades y responder a la crisis de representación que trajo el hundimiento de la economía acoplado a la corrupción. Los dos casos no son idénticos, ni mucho menos, pero se parecen en la medida en que ambos ceden una parte del espacio que antes vertebraban a nuevas organizaciones.
Desde este punto de vista, el debate a cuatro de Atresmedia resultó fascinante. Aunque se echara de menos cierta densidad conceptual y algo menos de arcaísmo socialista, los protagonistas debatieron a fondo, aportaron argumentos y una buena cantidad de datos, respetaron al adversario y, en general, demostraron una actitud abierta y racional. Fue un gran espectáculo, que no se está dando en muchas otras democracias liberales, por ejemplo en Francia, en Italia o en Estados Unidos.
Lo peor, aparte de la obsesión socialista, es ese empeño por exaltar lo joven, que reintroduce el motivo siniestro de las dos Españas y lleva a promesas imposibles de cumplir porque nada, y mucho menos una sociedad como la española, tan complicada, de urdimbre tan densa, admite auroras incendiadas y cambios climáticos. Si algo demostró el debate es justamente la capacidad de integración y de renovación del sistema nacido en la Transición. (Que acabó, dicho sea sobre todo para los “más mayores” hambrientos de juventud, un 6 de diciembre de 1978, hace 37 años.)
La Razón, 11-12-15