A los españoles les gusta su país… y no sé si están dispuestos a que se lo arruinen. Entrevista de Ana Bustelo Tortella
En los años que trabajé en Editorial Planeta, tuve la suerte de editar Sueño y destrucción de España de José María Marco. Me pareció una lectura complicada, pero fascinante para el que quiera empezar a comprender el nacionalismo en España; no sólo el catalán o el vasco, también el español. El tema sin duda es atemporal, pero hoy viene más a cuento que nunca. Así que aprovecho esta fecha tan señalada, el 11 de septiembre, la Diada, el día de Cataluña, para hincarle un poco el diente en esta entrevista con Marco a propósito de su libro.
A ti lo que te gusta es la literatura, ¿por qué terminas escribiendo sobre nacionalismo?
El nacionalismo es un asunto muy literario. Empecé trabajando sobre Manuel Azaña y creí que pasaba de la literatura a la política. En realidad, no era así. Lo demuestra mi libro La libertad traicionada, del año 97, que es un libro de literatura que habla de nacionalismo, aunque entonces no me había dado cuenta de que ese era el fondo del asunto.
¿Me puedes dar un ejemplo de literatura patriótica, uno de literatura antipatriótica, uno de literatura nacionalista y uno de literatura antinacionalista?
En el nacionalismo el estilo y la estética son fundamentales, más que en cualquier otra ideología. Lo que en otros casos puede ser un ejemplo, en el nacionalismo es algo de fondo, definitorio. Al fin y al cabo, el nacionalismo habla de eso: de irracionalidad, de emociones… de estética. Por eso el nacionalismo es tan rico en este campo, en particular en la música y en la literatura. Genera obras muy hermosas y muy sórdidas al mismo tiempo.
Como los españoles han tenido conciencia de que forman una comunidad desde hace tanto tiempo, hay incontables ejemplos de literatura patriótica, desde los elogios de España que hicieron romanos, visigodos, españoles musulmanes o el que aparece bajo la firma de Alfonso X, hasta Galdós o Miguel Hernández. Luego vienen los nacionalistas, que esterilizan el patriotismo y lo hacen muy difícil de entender: Unamuno y Ortega, por ejemplo, están saturados de nacionalismo; nacionalismo español.
Juan Goytisolo es un nacionalista radical, sin saberlo, que es lo mejor de todo. Es el nacionalismo perfecto, que se quiere imbuido de buena conciencia. Algo imposible, por otra parte. No hay inocencia ni bondad en el nacionalismo, por muchos santos —laicos y no laicos— que pueblen el panteón nacionalista, o por mucho que le pese al Wagner de Parsifal, al Barrès de La colline inspirée o al Ganivet de la España virgen.
El jardín de los frailes de Azaña y Raza, de Francisco Franco, son dos buenos ejemplos de literatura nacionalista, cada uno en su campo. (No sé cuál es más nacionalista, la verdad, y me parece que no es el que casi todo el mundo pensará). (…)
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