«A quién le importa», Alaska y Dinarama. De «Diez razones para amar a España»
Del capítulo “La música”, de Diez razones para amar a España
En los años sesenta la sociedad española había dejado atrás el nacional catolicismo. La dictadura abandonó cualquier intento de hegemonía ideológica. La economía, después del final del sueño autárquico, entró en una fase de desarrollo extraordinario. Entonces se empezaron a escuchar nuevas canciones, parecidas a las que sonaban fuera. El «La, la, la» de Massiel (de 1968, ni más ni menos) y el «Vivo cantando» de Salomé son dos canciones de su tiempo, como lo eran «Cuéntame» de Fórmula V, «Las flechas del amor» de Karina o «La chica yeyé» de Conchita Velasco. Algunas de ellas resumieron la esencia misma de la época.
Uno de los grupos que consiguió este milagro fue Los Brincos. Grandes admiradores de The Beatles, crearon un sonido propio con su tema «Flamenco» (1964), que mezclaba ritmos de la canción española con el más puro estilo pop y tuvo un éxito arrollador. Dos años después, el «Black Is Black» de Los Bravos, cantada en inglés, dejó bien clara la voluntad de modernidad de toda una generación, sin distinción de clases ni de regiones. En 1972, la extraordinaria voz de un Nino Bravo desafiante dio a conocer «Libre», prohibida en la dictadura castrista y que en Chile se convirtió en un himno anticomunista. Su melodía destila alegría, optimismo y libertad, y escucharla sigue produciendo una descarga seria de adrenalina.
Fuera del reducto de la política, la sociedad española era desde hacía varios años una sociedad en libertad. El «¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?» (1978) de Burning dio la medida de hasta dónde estaban los españoles dispuestos a traspasar las fronteras, a romper todos los tabúes. Y Camilo Sesto, con «Ya no puedo más» (1980), expresaba, con una canción de estructura y melodía sofisticadas, la voluntad de acabar con historias pasadas, fueran cuales fueran. No se iban a aceptar más hipotecas que las estrictamente necesarias. (Hay otras canciones míticas en registros muy distintos, aunque no menos significativas, como «Chica de ayer» de Nacha Pop, «Para ti» de Paraíso, con Fernando Márquez el Zurdo a la cabeza, y «Pero a tu lado» de Los Secretos).
Para entonces ya estaba en marcha lo que acabó llamándose la movida. Entre los muchos grupos que empezaron a surgir en Madrid, con aquella mezcla de insolencia, vuelta al pop y descaro punki, estaba Kaka de Luxe, que le gritaba (más que cantaba) a sus jóvenes seguidores «¡pero qué público tan tonto tengo!», cuando no lo invitaba a irse de casa (en «Rosario toca el pito») matando «al padre con una lanza». (Yo siempre estuve convencido que decían «con una lata»).
De ahí salieron Los Pegamoides, un nombre debido a Carlos Berlanga. Con Alaska, se convertirían en uno de los mitos de la época. Ellos crearon canciones tan extraordinarias como «Terror en el hipermercado», que se reía con las nuevas formas de consumo y de las películas de género gore que entonces nos gustaban a todos, o bien «Hospital», en la que Carlos Berlanga hablaba de su muerte inminente a cargo de Sor Yvonne. «Vicky» («Vicky me da dexedrinas, / yo me baño en su piscina») aludía al universo de sustancias farmacéuticas tan propias de aquellos años. «Perlas ensangrentadas» evocaba las novelas y las películas clásicas de detectives con el asesinato de una testigo de la muerte de un tal René. «Bote de Colón», una de las primeras, llevaba a la apoteosis un universo warholiano («Quiero ser un bote de Colón / y salir anunciado por la televisión»). En «Quiero salir», estrenada en la sala El Sol durante una fiesta que dio la revista Dezine, que llevábamos por entonces un grupo de gente joven, Alaska clamaba por salir de la tumba donde llevaba años aburriéndose mortalmente. (…)
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