Interlocutores en Cataluña
La visita de Don Felipe VI a Barcelona para la entrega de despachos a los nuevos jueces habrá servido para que el Rey se reúna con empresarios catalanes. Sin duda el Rey busca información de primera mano y sobre eso, y de forma poco disimulada, interlocutores en Cataluña. No para la Corona, claro está, pero sí para el objetivo, más general, de empezar a abrir cauces de entendimiento ahora cegados.
El principal problema es que, por el momento, no parece haber nadie en la política nacionalista capaz de responder a esa llamada. Los hay en la sociedad civil, como demuestra el encuentro real, y además cada vez en mayor número, como lo sugieren las encuestas acerca de la adhesión al independentismo, de capa caída con lo que está ocurriendo. El “procés” paralizó el proceso de nacionalización de Cataluña pero también ha crispado la situación hasta hacer de todo catalanista un nacionalista independentista.
Así que a falta de interlocutores en Cataluña, el Estado español, en la figura de Felipe VI y –suponemos- en la de los demás miembros de la clase dirigente española –gobierno y oposición unidos- tiene que esforzarse por garantizar el orden, asegurar el cumplimiento de la ley y, al mismo tiempo, desbrozar vías para la recuperación del diálogo. Tarea difícil, e ingrata.
El Gobierno ha cometido muchos errores en estos meses, pero eso no es lo que cuenta ahora. Y recordar lo ocurrido en el pasado, es decir la cesión permanente ante los nacionalistas y la consideración de Cataluña como coto cerrado del nacionalismo, sirve para poco en términos prácticos. En cambio, sí que tendría utilidad, y grande, si contribuyera a que los partidos nacionales y el gobierno recordaran cuál ha sido el resultado de la permanente cesión al nacionalismo, y cómo esa actitud, de supuesto diálogo, ha conducido a un enfrentamiento en el que uno de los dos interlocutores ha desaparecido. En realidad, poniendo a salvo la ley y la unidad del país –ahora y en el futuro, como objetivo irrenunciable-, lo demás es negociable. Conviene hacer prueba de imaginación.
La Razón, 13-04-18