Luis Arranz. Rigor y sensibilidad

Recordar a Luis Arranz es para mí, en primer lugar, volver a finales de los 90, cuando acababa de publicar La libertad traicionada. En los años previos, me había sumergido en la lectura de los clásicos regeneracionistas, noventayochistas y nacionalistas españoles de entre 1880 y 1940. Pensaba que me proporcionarían algunas claves para entender la historia y la realidad españolas. Así fue, pero en un sentido muy distinto de lo que esperaba. En vez de claridad,  gruía y dirección, lo que encontré fue un panorama caótico de ocurrencias, arbitrariedades y salidas de tono. Se salvaba la calidad literaria así como la calidad humana de algunos de ellos, en particular de Ganivet, de Costa y, por su muerte, de Maeztu. Por lo demás, la verdad, había muy poco que rescatar y poco que aprender.

Luis Arranz me dio a entender, desde muy poco después de la publicación de La libertad traicionada, que comprendía bien lo ocurrido. Recuerdo una observación suya, que resumía lo que yo había llegado a pensar: “Toda esa gente podía saber mucho de literatura, y con suerte de filosofía. Pero no sabían nada de historia ni de política”.

De lo que sí sabían, podía haberle contestado yo, era de cómo destruir el orden liberal. No hacía falta decirlo, porque ahí estaba el meollo de todo el asunto que en aquel momento nos preocupaba a ambos: cómo un grupo, o varias generaciones, de “modernizadores” y “renovadores” de su país habían hecho todo lo posible para imposibilitar la modernidad y el progreso. Y cómo habían convencido a varias generaciones de españoles de que liberalismo y democracia son incompatibles.

Coincidir en este diagnóstico con Luis Arranz fue toda una revelación. Yo había realizado mi investigación desde la literatura y la historia de las ideas. Con él, me encontraba con un historiador, en plenitud de facultades y competencias, que daba un nuevo sentido a todo aquello. Desde entonces, nunca dejé de seguir y leer lo que Luis Arranz iba publicando. Siguen resultando fascinantes sus trabajos sobre Francisco Silvela, un grande del conservadurismo liberal español, al que se sentía próximo por temperamento.

Historiador puro, pero también historiador de las ideas, con un conocimiento exhaustivo de la política y el pensamiento europeo de los dos últimos siglos, Luis Arranz siempre sabía poner en valor la originalidad de una idea y colocarla en el contexto político, impredecible, que le daba todo su sentido. Tan lejos del marxismo como de la obsesión sociológica de los Anales y su escuela, encontraba siempre, con una justeza exquisita, el matiz original que devolvía toda su novedad al objeto de su estudio.

Y de vuelta de las obsesiones ideológicas de los 70, de las que se había librado por su total ausencia de dogmatismo y la finura de su sensibilidad, Luis Arranz aplicaba un método riguroso hecho de erudición y exhaustividad en la observación. Así es como se convirtió en uno de los mejores conocedores, por no decir el mejor, de la tradición liberal y conservadora española, y de su crisis de hace un siglo. Y el que mejor supo entender y rescatar el legado del liberalismo español, que sigue, a pesar de todo, sufriendo de un descrédito injusto.

La libertad de sus análisis le colocó en una posición incómoda en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense, donde dio clases durante muchos años. No solía quejarse, y aceptaba la situación con ironía y escepticismo. De hecho, había cumplido de sobra al convertirse en uno de los elementos de transición entre los grandes historiadores que fueron sus maestros, como Luis Díez del Corral y José Antonio  Maravall, que le dirigió la tesis doctoral, y un grupo de historiadores más jóvenes, entre ellos Manuel Álvarez Tardío, Roberto Villa y Jorge Vilches, que han tomado el relevo de su labor y perpetúan su actitud liberal con sus propias obras.

Con generosidad característica, que todos sus amigos conocían bien, Luis Arranz contribuyó a la aventura de los primeros números de La Ilustración Liberal, donde publicó algunos ensayos y reseñas que siguen teniendo la misma vigencia que en el momento en que salieron a la luz. Como todos los suyos, eran modelos de claridad e inteligencia, una inteligencia que le llevaba a veces a mostrarse poco paciente con la estupidez.

Será difícil que se repita esa combinación única de rigor y sensibilidad que encarnó milagrosamente Luis Arranz.

Libertad Digital, 23-07-24

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