Tea Party. Implicaciones y consecuencias políticas
Ponencia presentada en FAES, 13-12-10
En 2008 el Partido Republicano estaba quebrado y el movimiento conservador (o mejor dicho, liberal conservador) norteamericano parecía a punto de pasar a mejor vida.[1] La presidencia de Bush había ampliado los gastos, disparado el déficit y puesto en marcha políticas de ampliación del Gobierno federal. Eran políticas que podríamos llamar “neo neo conservadoras”, que –según una parte del movimiento conservador- contradecían algunos de los elementos básicos del ideario del republicanismo. Provocaron enfrentamientos a la luz pública que no contribuyeron al crédito del Partido. La crisis financiera de finales de 2008, todavía con Bush en la presidencia, no contribuyó a mejorar la atmósfera: la administración puso en marcha programas de rescate que venían también, por muy bien argumentados que estuvieran, a aumentar las polémicas internas.
La presidencia de Obama cambió la situación. Los rescates continuaron, como era previsible, y se incrementaron. Se recuerdan las intervenciones en empresas tan emblemáticas como General Motors, que venía a sentar un precedente inédito en la política norteamericana. La administración Obama emprendió además un programa de expansión del gasto público, con la esperanza de que la inversión pública contribuyera a dinamizar la demanda y la actividad económica. El rescate financiero tuvo éxito. No así esta expansión del gasto, que no ha logrado por el momento que la economía norteamericana arranque y vuelva crear puestos de trabajo. Por otra parte, la administración Obama emprendió algunos grandes programas de ampliación del propio gobierno, en particular la reforma del sistema sanitario. Fue un intento hecho sin tener en cuenta la oposición que suscitaba, y con la ambición política de consolidar una nueva mayoría demócrata para al menos una generación.
Esta coyuntura de crisis y de cambio constituye el telón de fondo de la aparición del Tea Party a principios de 2009. Es un movimiento de reacción contra la política expansiva de la administración Obama, pero también en contra de lo que muchos de sus participantes percibieron como una desviación del partido republicano de los propios principios que deberían informar la política del republicanismo. Lo que tiene de reacción se apoya, por otro lado, en una reivindicación de lo que sus participantes sienten como lo propio de la tradición republicana (en lo que se refiere a su posición frente al Partido Republicano) y como lo propio de la tradición norteamericana (en lo que se refiere a la administración Obama). Frente a la política de reformas de la administración Obama y frente al particular conservadurismo de Bush, los “tea partiers” han reivindicado la tradición norteamericana de gobierno limitado: no ingerencia del gobierno (federal, en particular) en áreas que no le corresponden, una fiscalidad reducida a lo estrictamente necesario, y el rechazo de las tentaciones “constructivistas”.
La marca “Tea Party” se inscribe en esta vuelta a lo que sus participantes conciben como la auténtica tradición norteamericana y le proporcionó un elemento de identificación inmediatamente comprensible por todos los norteamericanos. La dimensión “cultural” o “nacional” del movimiento le proporcionaba una dimensión más amplia que la puramente partidista. Es posible que eso haya contribuido a evitar la tentación de crear un tercer partido, como ha ocurrido otras veces en la historia de Estados Unidos.
Siguiendo otra tradición norteamericana –pero con una dimensión postmoderna notable-, el movimiento no ha estado dirigido desde ningún centro organizativo, no ha tenido ni generado líderes (aunque haya tenido figuras de referencia), y prendió simultáneamente, facilitado por una propagación en red, en lugares muy dispersos. Las explicaciones de orden más o menos conspirativo, que explican su difusión con un proyecto político bien financiado, no resultan convincentes.
Tampoco resultan convincentes las explicaciones que lo relacionan con supuestas pulsiones racistas o puramente excéntricas, radicales o de protesta. Es cierto que –por razones bien fáciles de entender- un movimiento de oposición a la presidencia de Obama no ha sido popular entre la comunidad afroamericana. En lo político, la lealtad del grupo se decanta por el Partido Republicano (o se define como independiente con simpatías hacia los republicanos) en un 74 por ciento. (Se definen como demócratas o como independientes simpatizantes de los demócratas un 16 por ciento.) Fuera de las preferencias políticas y fuera de la comunidad afroamericana, de importancia crucial por su número y su significado, la composición del Tea Party responde bien a la composición de la clase media norteamericana, con una ligera mayoría de mujeres (55 por ciento frente a 45 por ciento de varones).[2] Geográficamente, ha tenido incidencia en todo el territorio, sin excluir los Estados de la costa Este más favorables al Partido Demócrata como Massachusetts y Nueva York.
Consecuencias políticas y culturales
Los resultados electorales de noviembre de este año demuestran que el Tea Party ha logrado, en menos de dos años, cambiar el marco del debate político, introducir sus propios temas, variar la agenda política nacional y renovar el Partido Republicano.
Al no presentarse como un partido alternativo y mantener la lealtad al republicanismo, el Partido Republicano, que en 2006 y en 2008 pareció agonizante, ha recuperado la mayoría en la Cámara de los Representantes (de 130 a 193, frente a los demócratas, que pasan de 174 a 242, mientras los demócratas retroceden de 256 a 193), ha avanzado cinco escaños en el Senado (de 42 a 47, frente a los 53 –seis menos- de los demócratas), y ha ganado seis gobernadores estatales (29 republicanos frente a los 20 demócratas). El entusiasmo de los “tea partiers” ha resucitado al Partido Republicano. De los 63 nuevos republicanos elegidos de la Cámara de los Representantes, unos 30 son candidatos del Tea Party.
Este entusiasmo también ha logrado superar condiciones desfavorables. Ha conseguido superar un obstáculo que parecía insalvable en la actual dinámica de la vida política norteamericana, como es la falta de dinero: candidatos con medios muy escasos hace pocos meses han vencido a otros respaldados por el aparato del republicanismo o con importantes fuentes de financiación personales, y han conseguido atraer cantidades sorprendentemente altas de dinero. En cuanto a las formas de comunicación y de movilización, el Tea Party habrá de ser estudiado como un ejemplo de organización en red, sin centralización, con núcleos dispersos y aparentemente débiles, flexible y adaptada a las circunstancias concretas de cada circunscripción. El equipo de Obama mostró una maestría particular en el uso de las nuevas tecnologías. Esta vez ha servido de poco ante la energía de los “tea partiers”. Y en cuanto a los medios de comunicación, el Tea Party casi monopolizó el debate: los medios progresistas se centraron en una campaña negativa, lo que no ha sido rentable, y en cambio se revitalizó la galaxia de medios de comunicación liberal conservadores aparecidos en los últimos quince años.
En contra de lo que muchos de sus críticos han subrayado una y otra vez, el Tea Party ha renovado el republicanismo con nuevos nombres, muchos de ellos ajenos hasta aquí a la acción política, y también con una nueva diversidad. Marco Rubio (Florida) y Raúl Labrador (Idaho) son hispanos, y otra vez el Partido Republicano (que ha conseguido un 38 por ciento del voto hispano) parece bien situado ante este electorado; Nikky Haley, la nueva gobernadora de Carolina del Sur, es nativa norteamericana; Allen West, representante por Florida, es afroamericano. Aparte están todas las nuevas mujeres que el Tea Party ha adelantado en la política norteamericana, empezando por Sarah Palin y con representantes como Kristi Noem (Dakota del Sur) y Nan Hayworth (Nueva York). También hay nuevos nombres que representan ciertos arquetipos norteamericanos, como Adam Kinzinger (Illinois), ex militar y protagonista de una acción heroica, o Bobby Schilling (Illinois), propietario de una pizzería y padre de diez hijos.
El Tea Party ha de restablecer la comunicación entre el Partido Republicano y la realidad de la sociedad norteamericana. Es uno de los mandatos recibidos por los nuevos representantes políticos del “Tea Party”: volver a conectar las elites políticas con una población entre la que cunde el descrédito de la acción política. El Tea Party parece indicar que hay una parte importante de la opinión pública norteamericana deseosa de que la actividad política vuelva a recuperar una dignidad que a veces parece perdida.
Algunos de los candidatos del Tea Party que habían superado las pruebas de las primarias y habían vencido a veteranos republicanos han sido rechazados por el electorado. Tal ha sido el caso, bastante previsible, de Sharron Angle en Nevada, así como el de Christine O’Donnell en Delaware. Fue menos previsible la derrota de Joe Miller –que contaba con el apoyo de Sarah Palin- por Lisa Murkowski, la veterana senadora republicana de Alaska, que ha conseguido una victoria electoral con su candidatura “write in”, una fórmula propiamente norteamericana. En cambio, el Tea Party ha conseguido situar algunos representantes llamados a tener un gran futuro en la política norteamericana, en particular Marco Rubio, de Florida. Otro es Rand Paul, libertario, congresista por Kentucky.
Además de revitalizar el Partido Republicano, el Tea Party ha dado nueva vida al movimiento liberal conservador. La crisis del republicanismo en tiempos de Bush había hecho pensar que este movimiento, después de más de treinta años de llevar la iniciativa cultural e ideológica, había entrado en quiebra. Obama representaba, desde este punto de vista, el triunfo del progresismo norteamericano, y en particular de su línea más “izquierdista”, jóvenes, profesionales liberales, empleados sindicalizados, profesores, intelectuales de todas las clases. El Tea Party ha vuelto a poner en primer plano a una clase media desorientada con la crisis de identidad del republicanismo de los años de Bush. Con la reemergencia política de la clase media, vuelven a primer plano principios y virtudes que parecían en trance de desaparecer del panorama político y cultural: esfuerzo, trabajo, ahorro, autonomía. En 1994 se habló de la rebelión del varón blanco. Con el Tea Party se puede hablar de la rebelión de la clase media contra la hegemonía de las elites.[3]
Esta reivindicación de unos principios que han sido la clave de la prosperidad de Estados Unidos ha ido acompañada de otra, que es la de la identidad norteamericana, entendida como el país creado para la libertad y las oportunidades: la democracia, en el sentido tocquevilliano de la igualdad de condiciones. El Tea Party, en esta perspectiva, ha planteado una enmienda a la nación parcelada y dependiente del gobierno que parecía proponer Obama. Se ha dicho que el Tea Party responde al temor de que Estados Unidos deje de ser la excepción entre las nacionales del mundo, es decir que pierda su preeminencia económica y su hegemonía política y militar. Es posible. En cualquier caso, lo que los “tea partiers” siguen reivindicando es, a su modo, el “excepcionalismo” norteamericano, es decir aquellas características históricas y culturales que hacen de Estados Unidos un experimento en cierto sentido ideológico, la identificación de su naturaleza con los principios de libertad y de defensa de los derechos que están inscritos en su misma fundación. En el Tea Party no ha habido motivos religiosos y “morales” (como el aborto, la defensa de principios morales inspirados en las confesiones cristianas, o el matrimonio entre personas del mismo sexo). Sí ha habido, en cambio, una renovación de los contenidos culturales del movimiento liberal conservador. Las “guerras culturales”, por utilizar este término desdichado, no están perdidas para los liberal conservadores. Además, el Tea Party plantea un debate acerca de la vigencia y el futuro de las ideas progresistas.[4] ¿Ha perdido el Partido Demócrata, definitivamente radicalizado, la capacidad de conectar con la sociedad?[5]
El Tea Party presenta así un desafío a las elites intelectuales norteamericanas, que van a tener que reelaborar un discurso capaz de integrar otra vez lo que los “tea partiers” han avanzado a veces intuitivamente y sin pulir. Para el resto del mundo, el Tea Party representa una referencia distinta, bien visualizada en el hecho de que en los tiempos actuales de crisis y restricciones del gasto público, Estados Unidos sea el único país en el que ha existido un movimiento popular que se manifiesta a favor de la reducción del tamaño del gobierno, y no del mantenimiento de este. En unos momentos en los que la prioridad es que la sociedad recupere parte de su iniciativa, y que los gobiernos dejen de ocuparse de lo superfluo, ¿existe una disposición semejante en otros países? ¿Es posible movilizarla? ¿Cómo se le da rango de agente político? (¿Y no habremos tenido ya en España una versión de esta rebelión con las grandes movilizaciones que tuvieron lugar aquí durante la primera legislatura de Rodríguez Zapatero? [6]) Y por otro lado, ¿existe la misma demanda de dignificación de la acción política? ¿Cómo darle cauce? ¿Y cómo evitar las tentaciones antipolíticas, tan nefastas en los países europeos y sobre todo en España?
El futuro. Un nuevo centro político
Habiendo conocido este éxito, el Tea Party se enfrenta a nuevos desafíos. El gran objetivo político es conseguir que el presidente Obama no sea reelegido en 2012, así como lograr la mayoría en el Senado. Para conseguir ese objetivo existen diversas posibilidades.
Por el momento, muchos de los miembros activos en el Tea Party en este último año y medio están volviendo a la acción política local, ya sean consejos escolares o asambleas municipales. Es una tradición en la política norteamericana, poco visible desde fuera, pero que acaba dando resultados relevantes en la política estatal y nacional. El repliegue, en este caso, no lo es del todo, y menos aún con dos años por delante. Además, el liberal conservadurismo ha recreado formas de movilización que constituyen una experiencia valiosa para el futuro,
Lo fundamental se desarrollará en el Congreso, donde los candidatos elegidos por el Tea Party ya han llegado, aunque no tendrán voz mientras no se reúna el nuevo Congreso en enero. Hasta entonces, se puede intentar calibrar lo que vamos conociendo de la estrategia que se está diseñando en los dos grupos republicanos de la Cámara, el mayoritario del Congreso y el minoritario del Senado.
Ya se han empezado a apuntar discrepancias entre los congresistas respaldados por el Tea Party, en particular en un asunto en el que este movimiento no adoptado posiciones demasiado claras, por no estar entre sus prioridades, como es la política internacional.[7] Hay “tea partiers” fieles a los principios del excepcionalismo norteamericano y las posiciones de Bush acerca de la misión de Estados Unidos en el mundo (como Marco Rubio), y hay otros más cercanos a posiciones menos idealistas y más próximas a una intervención exterior lo más restringida posible, pegada a la defensa de los intereses norteamericanos. El debate es interesante para comprobar hasta qué punto ha quedado atrás la “utopía” neoconservadora de los tiempos de la administración Bush. Otro punto difícil de prever será la posición del Congreso ante las tentaciones proteccionistas. La administración Obama se ha visto sometida a la presión de los sindicatos. En principio, los nuevos republicanos están libres de estas presiones, pero no de la de una opinión pública que puede tender a apoyar el proteccionismo si no se crean empleos en Estados Unidos, en contraste con lo que está ocurriendo en los países todavía emergentes.
El esquema más utilizado para intentar comprender las consecuencias del desembarco de los “tea partiers” en Washington es el de la contraposición entre posiciones radicales o idealistas, que serían las que ha mantenido hasta aquí el propio movimiento, y otras más centristas y moderadas, que serían las del Partido Republicano. Cada uno deduce sus propias consecuencias según conciba esta situación como un choque o como una combinación. Ya se empiezan a dibujar algunas diferencias. Los nuevos representantes no son favorables a autorizar un aumento del límite del endeudamiento estatal, mientras que los republicanos veteranos (entre ellos John Boehmer, miembro de la generación del 94), sí lo son. Otro punto conflictivo es el de las autorizaciones a la inclusión de “earmarks” (o créditos finalistas, competencia del Congreso) en los presupuestos, un punto en el que las posiciones de los “tea partiers” coinciden con las del propio presidente Obama, y no –en cambio- con las de muchos de sus conmilitones más veteranos.
Por lo que sabemos de cómo ha transcurrido hasta ahora la relación entre el Tea Party el Partido Republicano, se puede deducir que las cosas no son sencillas. Ha habido enfrentamientos claros, pero no siempre el Tea Party ha sido signo de radicalismo, ni el radicalismo ha vencido siempre. Joe Miller derrotó a Sara Murkowski en Alaska, y Sharron Angle y Anna Little vencieron en las primarias en de Nevada y de New Jersey. Eran candidatos de posiciones radicales, que el electorado finalmente no ha respaldado. En Florida, Marco Rubio, el candidato del Tea Party, ganó las primarias al candidato oficial republicano, pero no se ha distinguido por su radicalismo, sino más bien por su firmeza en unas convicciones que recuerdan a Reagan. En California, los candidatos republicanos, situados más en el centro que los del Tea Party, han sido derrotados por los demócratas…. En realidad, el Tea Party el Partido Republicano se han necesitado el uno al otro: el primero tenía proyectos, entusiasmo, capacidad de movilización; el segundo recursos, personal especializado, experiencia técnica y política. Allí donde se ha producido, la colaboración ha dado buenos resultados.[8]
El diseño de una estrategia deberá tener en cuenta lo ocurrido después de 1994, cuando las elecciones de medio mandato de aquel año devolvieron la mayoría al Partido Republicano en la Cámara de Representantes, una mayoría que no alcanzaba desde 1954, así como en el Senado. Fue la llamada “revolución republicana”. Ya ha habido similitudes con aquellos años: el Contrato con América que entonces sirvió de reclamo electoral, ha sido reproducido en el Pledge to America de este año, un manifiesto que ha permitido sintetizar un programa político.[9] Una vez llegados al Congreso, los republicanos del 94, henchidos de idealismo, plantaron cara a la administración Clinton. El balance del choque no fue del todo positivo para los primeros. Por un lado, el Congreso consiguió algunos grandes éxitos, en particular la retirada del proyecto de reforma de la sanidad promocionado por Clinton. Por otro, obligó a la austeridad presupuestaria y negó a la administración los recursos necesarios para mantener abiertos servicios e instalaciones de relevancia simbólica. Hubo despidos y cierres. La imagen que la mayoría republicana ofreció fue la de un grupo empeñado en una empresa radical, y negativa, intensificada por la aceleración del ritmo legislativo en los primeros cien días de legislatura. Por otro lado, Clinton reaccionó retirando los proyectos más conflictivos, como la reforma de la sanidad, y emprendiendo una estrategia de negociación a tres bandas, la Casa Blanca, la minoría demócrata y la mayoría republicana. En las siguientes elecciones, las de 1996, Clinton volvió a ganar la presidencia con mayor respaldo que en 1992. Los republicanos consiguieron guardar el control de las Cámaras, aunque fueron retrocediendo.
Un revival de aquella estrategia de confrontación, tal como lo ha descrito Michael Gerson, podría llevar, primero, a intentar reducir el presupuesto, con el previsible resultado de una congelación del impuesto de 2011 en los niveles de de 2010 o de años anteriores. [10] Otra fase sería la ofensiva contra la reforma sanitaria de Obama, de tal forma que se subrayaran todos los efectos negativos (aumento de las primas de seguro, intentos de traspasar los seguros privados al sector público por parte de los empresarios, y aumento de las cargas presupuestarias a nivel estatal) antes de que los nuevos subsidios empiecen a llegar a la población, en 2014. Finalmente, el nuevo Congreso abriría un nuevo frente, que rompería definitivamente con el “conservadurismo compasivo” a lo George W. Bush y pondría en discusión los “derechos sociales” que las diversas administraciones de los últimos años han ido consolidando.
A diferencia de los años Clinton, no parece que la perspectiva económica de los próximos años favorezca a la administración Obama. Es posible por tanto que una estrategia de confrontación, llevada con pulso, pueda dar buenos resultados. Obama, en cualquier caso, ya se ha adelantado, al manifestar su voluntad de prolongar el recorte de impuestos de Bush, lo que ha enfurecido a una parte del Partido Demócrata y a la opinión pública progresista. También ha llamado a Clinton a hablar en la Casa Blanca, lo que es una señal inequívoca de cuál puede ser la política que siga a partir de ahora. (Los líderes postmodernos, como Obama y Rodríguez Zapatero, cambian con facilidad de posiciones.)
Además de los nuevos congresistas y senadores, habrá que seguir atentamente a los miembros del Congreso que cuentan con las simpatías de los recién llegados y con experiencia en las tareas legislativas, como Eric Cantor, Paul Ryan y Tom Price. Habrá que tener en cuenta a John Boehmer, jefe de la minoría republicana hasta aquí y con toda probabilidad nuevo “speaker” de la Cámara de Representantes a partir de enero, así como a los republicanos más moderados, como Lisa Murkowski y Olympia Snowe.
Tal vez la estrategia más interesante, y a largo plazo –si se quiere recomponer una hegemonía republicana más allá de la coyuntura de esta legislatura- sea la reinvención de un centro que no abdique de los principios y las demandas que el Tea Party ha colocado en el primer plano del debate político y, al mismo tiempo, tenga la capacidad de persuadir y convencer, más que la de confrontar e incluso la de negociar compromisos. En un momento tan crítico como este, tal vez la figura más fecunda, en la historia reciente del movimiento liberal conservador norteamericano, siga siendo la de Ronald Reagan, centrista, con dimensión nacional y más voluntad de diálogo de la que muchas veces se le ha querido reconocer. No hay que olvidar que la victoria del partido Republicano se debe a un 7 por ciento del electorado, lo que es una cifra seria pero no irreversible, y que los independientes han tenido un papel fundamental.
[1] Ver Gerard Alexander, “El fenómeno Tea Party” en Cuadernos de pensamiento político, nº 29, enero/marzo 2011. Para una contextualización más amplia, ver José María Marco, Los nuevos republicanos, en http://josemariamarco.com/?p=153 y http://josemariamarco.com/?p=151. Para las últimas elecciones de noviembre, ver J. M. Marco, Elecciones en Estados Unidos. Lecciones para todos, Papeles FAES nº 151, 12 de noviembre de 2010. En http://www.fundacionfaes.org/record_file/filename/2954/PAPELES_151_ELECCIONES_EN_ESTADOS_UNIDOS.pdf.
[2] Ver, por ejemplo, http://www.quinnipiac.edu/x1295.xml?ReleaseID=1436.
[3] Tony Blankley, “Tea Party Movement is a Revival of the Middle Class”, Real Clear Politics, 29 de septiembre de 2010, http://www.realclearpolitics.com/articles/2010/09/29/tea_party_movement_is_a_revival_of_the_middle_class.html.
[4] Ver, por ejemplo, R. Emmett Tyrrell Jr. “Liberalism: An Autopsy”, The Wall Street Journal, 4 de diciembre de 2010. http://online.wsj.com/article/SB10001424052748704312504575618691747039412.html.
[5] Daniel Henninger, “The 1099 Democrats”, The Wall Street Journal, 11 de noviembre de 2010. http://online.wsj.com/article/SB10001424052748703805004575606750168419176.html.
[6] Ver José María Marco, “Ciudadanos en acción”, La Razón, 8 de noviembre de 2010. http://www.larazon.es/noticia/5672-ciudadanos-en-accion
[7] Scott Conroy, “Tea party-Backed Candidates Diverge on Foreign Policy”, Real Clear Politics, 21 de octubre de 2010, http://www.realclearpolitics.com/articles/2010/10/21/tea_party-backed_candidates_diverge_on_foreign_policy_107669.html.
[8] Ver el excelente trabajo de Nate Silver, “Assessing the G.O.P. and the Tea Party”, The New York Times, 20 de septiembre de 2010. http://fivethirtyeight.blogs.nytimes.com/2010/09/20/assessing-the-g-o-p-and-the-tea-party/.
[9] http://pledge.gop.gov/resources/library/documents/pledge/a-pledge-to-america.pdf.
[10] Michael Gerson, “Tea Party Complications”, The Washington Post, 30 de noviembre de 2010. http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/11/29/AR2010112905134.html.